UN POEMA ECONÓMICO
Quiero escribir un poema económico,
escribir sin conocer
las teorías financieras
o poéticas.
Quiero decir «existencias»
y que sepan a qué me refiero.
Quiero escribir de eso que me decía mi padre
cada vez que notaba
que se me apagaba el cerebro y se me cerraban
los oídos
cuando intentaba explicarme lo de la plusvalía:
«Gabriela,
todo lo que no quieres saber del capital
te lo van a cobrar en este mundo».
Quiero escribir sobre la liquidez de la
incertidumbre,
sobre la exégesis del PIB y del tango del IPC,
sobre la moratoria del dolor, sobre la
esperanza escalonada.
A ellos les ha llegado un mensaje de la oficina
de empleo
pidiéndoles paciencia.
A ellas ya las había despedido antes del covid,
antes de que el FMI previera que la economía
española
se iba a desplomar un ocho por ciento
como un cielo inflacionario.
Quiero escribir sobre ser pobre en un país rico,
sobre ser rico en un país pobre.
Patronales les llaman, señores de Inditex.
Esos de la improrrogable reactivación
que levantan sus escudos anticrisis
en la asfixia de los olvidados.
En mi país los ministros de economía
solían ser banqueros,
y los movimientos bursátiles como las mareas
nos llevaron al fondo de Burundi.
Ellos no pueden sacar el dinero
de los fondos privados de pensiones,
porque les ha robado el futuro.
No hace falta una pandemia para firmar un
pagaré.
Ahora le llaman suspensión perfecta de
labores,
también conocida como patada en el culo.
Sé conjugar económicamente algunos verbos:
la economía decrece,
el empleo cae, la gasolina sube.
No entiendo nada,
lo único que sé es que cuando las cifras están
más bonitas sobre el papel
más fea es nuestra vida.
Lo que no pagamos hoy lo pagaremos mañana.
Lo que no paguemos mañana lo pagarán
nuestros hijos.
La economía no es una ciencia.
La economía va sobre nosotros,
sobre cómo nos van a destrozar.
Tuve que llegar a fin de mes para entenderlo,
papá.
Tú que no terminaste Económicas lo sabías.
Los escenarios posibles, el pequeño
mecanismo
de los acontecimientos, el balance,
la belleza de la renta básica,
el ruido tan triste
que hacen los cuerpos cuando hambrunan.
El tipo de interés del corrupto,
el silencio de las obras inútiles,
mi país como un hospital de campaña
en el que mueren otros.
Quiero escribir un poema económico
pero me sale un poema marxista
sobre gente viviendo en estado
de emergencia permanente.
En el batacazo universal, en la contracción, en
1930.
No hay un poema capaz de contar eso,
mira cómo se ve la pobreza de siempre bajo la
luz brillante
de la nueva amenaza
y calla.
Gabriela Wiener
Una pequeña fiesta llamada Eternidad
La Bella Varsovia
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