TALLER DEL MORO
a Mariluz Comendador, Luis Miguel Cañada y Andrés
FALTA poco para el 14 de abril.
Los árboles del fondo ya recobran
su copa espesa, su verde claro;
en el vendaval se agitan
las ramas, azotan las hojas
como pequeñas banderas de juventud.
La poesía ―dijo Schlegel― es un discurso
republicano, se otorga a sí misma
ley, todas sus partes son libres
para buscar su acuerdo. El retroceso
de los cañones levanta nubes de arena,
mientras el río caudaloso arrastra
escombros de los barrios; cuenta Olga
Rodríguez las noches de Bagdad, los vecinos
resumen en el refugio lo que vieron
durante el día, intiman.
De los geranios nuevos suben bolas
rojas, como cabezas de Malévich
asoman sobre la menta renacida.
Pienso que quizá solo los hispanos
del ejército invasor reconocen las calles
angostas, el bar para un té
donde no alcance el calor. Los fragmentos
de abril no tienen centro, crecen
asimétricos los árboles, una asamblea
en que se alzan muchas manos;
era así el niño de pelo rizoso
que ondeaba escrita en árabe
su bandera, o el júbilo de la huelga
general, los coros al término
de la mañana. Pero cuando describe
«nos llevó a la unidad de quemados»,
las llamas que se veían en la pantalla
no parecen las mismas: no tenemos
sino movimiento, la luz se apaga
en cuanto paramos, no sirve
siquiera lo hecho antes, siquiera
para consolarse. Del desconsuelo
es la alegría. Y de la tarde
que se alarga ya tanto en el canto
de los pájaros.
Miguel Casado
Deseo de realidad
Poesía reunida
Tusquets
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