LOS SENDEROS DEL BOSQUE
Los senderos que van al bosque siempre se bifurcan.
Los senderos que van al bosque laten sin prisa.
El pulso del bosque es una cadencia lenta
y tu respiración, cuando te internas entre los troncos,
se va acoplando poco a poco a la suya,
hermanándose.
Los senderos que se adentran en el bosque
no sienten calor ni frío. Despliegan sus manos
y el bosque va plantando árboles en sus dedos extendidos.
Tú, en cambio, sientes calor cuando enredo mi lengua
en la tuya, cuando paso la yema de los dedos
por tu cuello, dibujando un riachuelo serpenteante.
Te agitas y me miras como cervatillo camuflado en la espesura.
Vamos dejando un rastro en el manto de hojas del otoño.
Una luz amarilla se eleva por los troncos
y va tornando el aire de ocre claro.
Cruje la hojarasca al compás de nuestros cuerpos.
Raíces, tierra, cortezas, ramas, copas, nubes.
Ladera arriba la respiración se va entrecortando,
inquieta por la masa vegetal que nos cobija.
Te asusta la niebla, intentas sortearla
igual que sorteas las ramas caídas que impiden
avanzar en línea recta.
Cada bosque es un temblor dilatado.
Cada bosque es el viento que se acurruca en sus ramas.
Cada bosque es un álbum familiar en que colgamos recuerdos.
Cada bosque es una ráfaga de luz colada
entre espesas copas,
un diálogo efímero con el misterio.
Coge tu palo de avellano y adéntrate sin miedo
en el corazón del bosque, donde más mullido es el musgo.
El tacto de la madera hará que aflore tu voz interior,
esa voz dormida en los últimos años.
Los anillos del tronco te hablarán de ti cada otoño.
Adentrarse en el bosque es adentrarse en uno mismo,
buscar una vida dentro de otra,
un anillo dentro de otro anillo,
hallar tu respiración en cada respiración latente.
Mercedes Escolano
Jardín Salvaje
Poesía Garvm
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