Mi
cuerpo vestido contra el árbol. Lo agarro con fuerza.
Las
ramas doblándose. La tormenta ha llegado hasta
aquí,
también llegó del ecuador.
La
arena del desierto se agarra al pelo.
Deshago
los matojos uno a uno y me los como.
Un nido
de pájaro hecho de pelo en el estómago.
La
arena caliente como cimiento.
Decoloración.
Los polluelos blanqueados por el cloro.
Todos
del mismo color. Un tono homogéneo.
Una
invitación a igualarse. No ser consciente
de que
esto ocurre en mi interior.
El
jardín de mi estómago
como
una capilla de difuntos para nonatos.
Que
antes de la eclosión quedaron marcados
por una
discapacidad.
La
palidez.
Que no
se atreven a cambiar.
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La
sirena. El reloj del vientre. El sabor yació aquí.
Desnuda
con la mano de la muñeca de porcelana
sobre
el sexo.
Meciéndose
como el barco que llegará.
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Así es
como plantamos los ojos,
como si
sembráramos papas el uno en la cara del otro.
Simplemente
hundimos los dedos hasta el tope.
Habría
dicho que las hojas pronto brotarían,
si eso
hubiera sido un consuelo.
Habría
dicho que ya había visto brillar papas bonitas
en las
cuencas de tus ojos,
si no
hubiera temido que fuera cierto.
Matilda
Södergran
Los
delirantes
Selección
y traducción del sueco: David Guijosa Aeberhard
Letraversal