martes, 19 de septiembre de 2023

NAOMI REPLANSKY EN EL LIBRO DE LOS OTROS DE JORDI DOCE

 

NAOMI REPLANSKY

 

A sus cien años, Naomi Replansky (Brooklyn, 1918) es seguramente la decana de las escritoras norteamericanas y uno de los secretos mejor guardados de la poesía en lengua inglesa. Un secreto a voces, porque la publicación de sus Collected Poems (2012) despertó una ola de reconocimientos públicos y de elogios de escritores tan diversos como David Ignatow, Grace Paley o Ursula K. Le Guin (que suceden a los que le dedicó en su día George Oppen). Es verdad que su primer libro, Ring Song (1952), fue finalista del National Book Award, pero hubo que esperar nada menos que 36 años, hasta 1988, para leer una segunda entrega de su trabajo. Una razón es que, como explica ella misma, «escribo lentamente». Otra forma de decirlo es que estamos ante una perfeccionista de manual, empeñada en pulir sus poemas hasta la extenuación.

     Pero hay otros motivos: como muchos escritores de su generación, Replansky coqueteó con el activismo político y en concreto el sindicalismo obrero, de orientación comunista, que alcanzó su apogeo en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Pasó los años cincuenta del siglo pasado haciendo trabajo social en Los Ángeles, donde se relacionó con los grupos más «sospechosos» de la poesía angelina: allí la furia del macartismo y la caza de brujas cayó sobre ella y la convirtió, al menos por un tiempo, en una paria. Terminó haciendo un poco de todo, ganándose la vida en trabajos ásperos, no muy avenidos con la escritura y la vida contemplativa. Con todo, desde hace años vive plácidamente en Manhattan con su compañera, la escritora Eva Kollisch.

     Con decir que sus influencias predilectas son Blake, Dickinson, Brecht y la poesía tradicional japonesa nos hacemos una buena idea de su estilo: una poesía lírica, casi cantábile a veces, de arte menor y rigurosa formalmente, breve y lapidaria. Abundan los cuartetos rimados, los poemas que cortejan el ritmo y el tono de la canción, como en su admirado Brecht, los epigramas, etc. Y muchos tienen algo de fábula truncada, como si fueran poemas infantiles para adultos, oscuros y perversos.

     Todo esto hace muy difícil traducirla. He elegido este poema porque es de los menos formalistas de su producción, y porque su sentido del humor viaja con facilidad a nuestro idioma. Sin mencionar que no hay poeta, me parece, que no haya querido plantearle al capataz universal de la poesía un pliego de quejas semejante.

 

 

 

Quejas elevadas a la encargada,

musa de la poesía lírica,

por el sindicato internacional

de los poetas líricos

 

 

 

1.       Nunca nos dices qué debemos hacer,

pero sentimos tu repugnante desagrado

si no está hecho,

y bien hecho.

 

2.     No nos pagas por hora

ni por semana, ni por año.

Podríamos bregar toda una vida

sin el premio de tu sonrisa,

pero hay que ver cómo bendices

al que un día vertiginoso

sacó una pieza de la nada.

 

3.     Careces de instrumentos de precisión

que midan el valor de nuestras producciones.

(Tus inspectores cambian sin cesar

y algunos te profesan poco afecto).

 

4.     Nos encierras en nuestro idioma

hasta cuando sentimos el frío de la patria.

Cuanto más justas son nuestras palabras,

más radiantes su música y encanto,

más arduo es para ellas

conservar su atractivo

cuando intentan cruzar una frontera.

 

5.     Promueves a los jóvenes de entre nosotros.

¿Qué más pueden hacer los veteranos?

¿Aprender otro oficio? Si hasta esperas

que esos viejos decrépitos compitan

con la versión más joven de sí mismos.

Exigimos una pensión que dé Seguridad estética

y un pequeño subsidio de Sabiduría

para sobrellevar los males del invierno.

 

6.     Debemos mantener la productividad

aun cuando no hay demanda.

Nuestras piezas atestan el mercado.

Nadie nos presta oído.

¿Debemos achacarlo a nuestra incompetencia?

 

7.     Tenemos quejas. Nos quejamos.

Pero nunca nos pondremos en huelga.

Tememos por el cierre de tu fábrica

como tememos nuestra muerte.

Hace tiempo, cuando nos diste empleo,

pensamos que sería de por vida.

 

1995

 

 

Jordi Doce

El libro de los otros

 

Ediciones Trea

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