NAOMI REPLANSKY
A sus
cien años, Naomi Replansky (Brooklyn, 1918) es seguramente la decana de las
escritoras norteamericanas y uno de los secretos mejor guardados de la poesía
en lengua inglesa. Un secreto a voces, porque la publicación de sus Collected
Poems (2012) despertó una ola de reconocimientos públicos y de elogios de
escritores tan diversos como David Ignatow, Grace Paley o Ursula K. Le Guin
(que suceden a los que le dedicó en su día George Oppen). Es verdad que su
primer libro, Ring Song (1952), fue finalista del National Book Award,
pero hubo que esperar nada menos que 36 años, hasta 1988, para leer una segunda
entrega de su trabajo. Una razón es que, como explica ella misma, «escribo
lentamente». Otra forma de decirlo es que estamos ante una perfeccionista de
manual, empeñada en pulir sus poemas hasta la extenuación.
Pero hay otros motivos: como muchos
escritores de su generación, Replansky coqueteó con el activismo político y en
concreto el sindicalismo obrero, de orientación comunista, que alcanzó su
apogeo en los años previos a la Segunda Guerra Mundial. Pasó los años cincuenta
del siglo pasado haciendo trabajo social en Los Ángeles, donde se relacionó con
los grupos más «sospechosos» de la poesía angelina: allí la furia del
macartismo y la caza de brujas cayó sobre ella y la convirtió, al menos por un
tiempo, en una paria. Terminó haciendo un poco de todo, ganándose la vida en
trabajos ásperos, no muy avenidos con la escritura y la vida contemplativa. Con
todo, desde hace años vive plácidamente en Manhattan con su compañera, la
escritora Eva Kollisch.
Con decir que sus influencias predilectas
son Blake, Dickinson, Brecht y la poesía tradicional japonesa nos hacemos una
buena idea de su estilo: una poesía lírica, casi cantábile a veces, de arte
menor y rigurosa formalmente, breve y lapidaria. Abundan los cuartetos rimados,
los poemas que cortejan el ritmo y el tono de la canción, como en su admirado
Brecht, los epigramas, etc. Y muchos tienen algo de fábula truncada, como si
fueran poemas infantiles para adultos, oscuros y perversos.
Todo esto hace muy difícil traducirla. He
elegido este poema porque es de los menos formalistas de su producción, y
porque su sentido del humor viaja con facilidad a nuestro idioma. Sin mencionar
que no hay poeta, me parece, que no haya querido plantearle al capataz
universal de la poesía un pliego de quejas semejante.
Quejas
elevadas a la encargada,
musa de la
poesía lírica,
por el
sindicato internacional
de los poetas
líricos
1.
Nunca nos dices qué debemos hacer,
pero
sentimos tu repugnante desagrado
si no
está hecho,
y bien
hecho.
2.
No nos pagas por hora
ni por
semana, ni por año.
Podríamos
bregar toda una vida
sin el
premio de tu sonrisa,
pero
hay que ver cómo bendices
al que
un día vertiginoso
sacó
una pieza de la nada.
3.
Careces de instrumentos de precisión
que
midan el valor de nuestras producciones.
(Tus
inspectores cambian sin cesar
y
algunos te profesan poco afecto).
4.
Nos encierras en nuestro idioma
hasta
cuando sentimos el frío de la patria.
Cuanto
más justas son nuestras palabras,
más
radiantes su música y encanto,
más
arduo es para ellas
conservar
su atractivo
cuando
intentan cruzar una frontera.
5.
Promueves a los jóvenes de entre nosotros.
¿Qué
más pueden hacer los veteranos?
¿Aprender
otro oficio? Si hasta esperas
que
esos viejos decrépitos compitan
con la
versión más joven de sí mismos.
Exigimos
una pensión que dé Seguridad estética
y un
pequeño subsidio de Sabiduría
para
sobrellevar los males del invierno.
6.
Debemos mantener la productividad
aun
cuando no hay demanda.
Nuestras
piezas atestan el mercado.
Nadie
nos presta oído.
¿Debemos
achacarlo a nuestra incompetencia?
7.
Tenemos quejas. Nos quejamos.
Pero
nunca nos pondremos en huelga.
Tememos
por el cierre de tu fábrica
como
tememos nuestra muerte.
Hace
tiempo, cuando nos diste empleo,
pensamos
que sería de por vida.
1995
Jordi
Doce
El
libro de los otros
Ediciones Trea
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