ABRO LA MERLUZA EN DOS MITADES
por ver
lo que hay que limpiar.
Todavía
tiene el anzuelo en la boca.
Aparto
las escamas,
lágrimas
secas de salitre.
Y
entonces aparecen en la cocina
mi
bisabuela, mi abuela y mi madre,
vestidas
de negro las dos mayores
y mamá
con aquel vestido verde de flores
que le
estilizaba la cintura.
Quién iba a creer que serías madre de dos niños,
comienza
diciendo mi abuela,
mirando
de reojo el contenido de la fuente.
Ya sabes ―le
contesto―, tú misma decías
que lo hijos han de traerse sin pensar.
Traerlos y deshacerse de ellos, añade
mi bisabuela.
Vierto
aceite sobre la bandeja,
me
pongo a picar ajo.
Cuando la guerra, esta le dio paso libre a tu
abuelo.
Nos lo dimos mutuamente ―responde.
El
silencio es otro condimento
entre
platos y vasos.
¿A esto habéis venido a mi cocina?
Tú no te quejes tanto,
que todavía te visita la sangre cada mes.
Además, no eres tan distinta de nosotras.
Y me he
quedado observando su silueta,
la
curva de su nariz, los bordes difuminados.
Cierro
los ojos
y sigo
raspando con el cuchillo.
Las
escamas de mi piel sobre la tabla de la cocina.
Cuando
me dispongo a encender el horno
las
tres mujeres han desaparecido.
Intento
quitar el anzuelo,
afiladísimo
signo de interrogación.
Leire
Bilbao
Aguas
madres
Traducción
de Ángel Erro
La
Bella Varsovia