LA DEUDA
NACIONAL
Compramos
el pudin a ras de suelo
por el
maullido que emiten sus pliegues.
Pero
había otra en ciernes, la diosa luminaria
para
quien no se mitigó ajuste alguno. Ah,
la
matemática de pretéritas horas de té.
Y cuando
ese hubo estampado su firma, bueno,
fue
inútil aseverar compensaciones válidas.
Sí, era
solo para nobles
en la
cámara dorada. Lustre de estrellas y unas buenas
brisas
perdidas, que nos recordaran dónde más estuvimos.
Entretanto
fui complacido.
Formas
alternativas de transporte
hicieron
brotar espuma a los párpados,
se les
ofrecerán a los desafortunados
que se
encuentren en semejante situación
mañana
a esa hora.
Bastante
feliz a veces,
¿por
eso nos pagaron dinero a todos?
Se me
puede comprar,
el peso
de mi pelo riela,
recordando
algo del futuro lejano,
algo que
nos gustaría, y que le gustamos...
¡Scheherezade!
¿Fuiste tú desde el comienzo? Entonces ¿por qué
ese otro
vertedero reclamó los restos
que el
cielo creyó conveniente repartirnos, a nosotros
discretamente
indignos, como mejor puede?
¿Tienes
una revista preferida?
¿Te
consideras de izquierdas?
¿Elevados
costes de mantenimiento? El contenido queda
infectado,
o se desenfoca.
Los
obreros instalan la vulgata del pez.
John
Ashbery
El
alboroto de los pájaros
Traducción
de Eduardo Iriarte
Visor
Libros