NOCHE ADENTRO
Una chispa expandió su inmensidad,
tras despulparse se pobló el vacío.
Rodaron las esferas, los corpúsculos,
la tiniebla, el clangor.
Lejanía envolvente,
magnolio autista en llamas:
¡cuánto asombro la sombra del abismo!
Como río sin frenos,
como fantasma eréctil,
me arrastras
de no sé dónde: muy hondo,
a no sé dónde: muy lejos.
Trombón enloquecido, el cierzo explora
dando tumbos por los desfiladeros.
Una mueca de escarcha ensangrentada
restalla entre los hombros de los montes,
convierte mallos y árboles en cirios.
La paz es el abrazo entre el día y la noche.
Impávido resuena el bandeneón del mar.
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NOCHE INSOMNE
¿En dónde estoy ―si estoy― siempre perdiéndome?
¿Qué persigue mi afán sin darle alcance?
La pérgola escupe lluvia y fuego
a través de una anémica neblina
que el vendaval arrolla sin conmiseración.
¿De qué serán presagio esas varices de agua
entrebordadas con telarañas de luz?
El perro pastor ata su mirada
cuando suena en los valles la esquila de una pena.
¿Qué pensarán las cumbres de las brujas montañas
tan canosas de nieves y hielos requedados?
¡Están frías las piedras; mis ojos tantean,
detrás del infinito, lo lejano alcanzable!
¿Quién atiza los arcos de la magia y del pánico?
¿Quién lanza tempestades de aire sobre el mar?
¿Quién zarandea el bosque mientras danzan los árboles
y los nidos se inclinan con fervoroso luto?
El torrente desliza murmullos de colores
tachados por las manos enrumbadas del sueño.
¿Quién expira escondido entre los matorrales?
Los pájaros descansan y, encogidas, las rocas
esperan a que el sol rebulla en sus incendios,
ocupen los gusanos las tierras requemadas
y aparten los insectos el velo de las flores.
Todo flota en silencio, alertagado, ¿o reza?
Ángel Guinda
Catedral de la Noche
Epílogo de Manuele Masini
Olifante Ediciones de Poesía
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