lunes, 14 de julio de 2025

UN POEMA DE HIJAS DE LAS PERRAS NEGRAS DE LUISA VILLA

 





Escribiré para vengar mi raza

ANNIE ERNAUX



I


Los que se fueron dejaron las voces de sus animales

como carpas y jaulas abandonadas

por un circo llamado olvidar:


Me llama

la morrocoya con ruedas que salta entre el

hacinamiento;

el perro que sufrió por la cinta de un casete de

horror atorada en sus intestinos.


Me llama

otro perro, lleva su lomo sangrante

por la marca de hierro de las águilas crueles;

el burro, al que los invasores dieron a tragar una bomba

(aclaro, invasores y águilas crueles son sinónimos en estos

poemas;

y digo águila, porque no puedo decir ese nombre;

y escribo poemas, porque es la única forma de maldecir al

águila a la cara;

y escribo poemas, porque es la única forma de comprobar

que tengo

alas de pájaro

y no una escopeta).


Me llama

el pato, lazarillo de los muertos;

el chivo dado en sacrificio,

para no entregar a la esposa.


Me llama

el pájaro de la resistencia;

y la lechuza, reveladora de traidores y malas horas.


Me piden retornar al territorio

afuera no hay comunidad.

Debo terminar el volcán que inicié

con niños fantasmas, en mitad de la calle;

en su cráter caerán todas las injusticias y opresiones

hasta que reviente la rabia,

y con cenizas escribiré poemas

que venguen mi raza,

mi género

y mi clase.



II


En el fondo del espejo se ve el callejón de una casa,

dos niñas juegan a cubrirse con sábanas, tablas y ramas.


Las niñas crecieron rápido

y su padre metió a treinta morrocoyas, en su lugar,

excepto a una que nació sin las dos patas traseras,

amarró con alambre una tabla en la coraza

y le acomodó dos llantas de un carro de juguete.


Las más sanas cavaron y construyeron un túnel,

hasta inundar mi supuesta habitación propia;

el agua fangosa traspasó el espejo.


Las morrocoyas no son rápidas, aunque tengan llantas;

cuando son deformes no tiene barriga de tierra

ni espalda de cielo;

no llegan a tiempo para prevenir la filtración, la huida,

la injusticia…

como yo, que corro, camino,

salto y me enredo una cuerda en las patas,

y me ato al pecho una tabla, en las noches.



III


¿Cristo sana morrocoyas

y las ama a todas por igual?


Ni la carne de Cristo

ni la de las maorrocoyas deberían ser consumidas,

ambos sacrificios son inútiles;

papá no las crió para inmolarlas.


A todas nos costó asumir que el hogar de la ciudad

no era el del pueblo.

Nunca volví a jugar en un callejón.


El callejón de la casa se achicó tanto

que solo sirvió para desfiladero

de agua fangosa.


En ningún lugar del mundo volví a tener casa;

es mentira,

no se carga como caparazón.




Luisa Villa

Luisa Isabel García Meriño


Hijas de las perras negras


Presentación de Esther Ramón


Ediciones El Gallo de Oro


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