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Ventura me enseñó las montañas de cartas como si me enseñara las colinas de un paisaje secreto. La vida es esto, repitió, y yo asentí. Yo le gustaba a Ventura porque no le llevaba la contraria, porque no había un choque generacional entre nosotros a pesar de los años que nos separaban. No le seguía la corriente porque quisiera evitar el conflicto. Ventura tenía razón. La vida era esto. Las colinas del paisaje secreto que formaban esas cartas apiladas. Preguntas y respuestas cruzadas. A Ventura le merecía respeto mi opinión, me apreciaba porque me veía como él, porque quería que me pareciera a él, necesitaba dejar un testigo, un heredero. Creo que al viejo Ventura jamás le interesó el dinero, ni las grandes pasiones, ni el equilibrio vital. A él sólo le importaba su trabajo, esa concepción romántica de su trabajo que él mismo había creado y creído. Se sentía orgulloso de ser el puente de comunicación entre dos personas.
Itziar Mínguez Arnáiz
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