El emparrado
Ni de
nacimiento ni como regalo
ni
elaborada ni legada
esta
morada en el bosque es poco
más que
una urdimbre o señuelo
en la
maleable luz
que los
árboles suavizan y confinan.
Aunque
únicamente es
una
actitud mental
mera
exhalación alzándose en estrofas,
los
vientos acometen
su
derecho a existir, este fondeadero
o caja
de música, velado
y que
enumera hasta el detalle
la
restricción de herencia
segura
solo de su necesidad
de
anunciar.
Pero
cuando el canto, emitido
desde
tan frágiles enclaves
alcanza
el límite del bosque,
regresa
en ondas
―――――――――――
Crepúsculo
Volamos,
esta noche de verano, hacia un borde,
un filo
de luz fino como alambre. Crece mientras
descendemos,
luego ilumina la tierra lo suficiente
para
que nombremos, por colina o estuario, cada
municipio
que hay abajo. Este es el Norte, donde la
gente,
el mundo quizás gusta de imaginar, sostiene un
pez en
una mano, en la otra un cabo de vela.
Podría conformarme
con eso. El avión se estremece,
después
rueda hasta quedarse detenido en el extremo
más
lejano de la pista. No es día, esta luz en la que
hemos
entrado, pero el día está presente en lo que se
juega.
El cielo es el aún gris pálido de una garza que
vigila
las pocetas de la orilla.
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Murciélagos enanos
En el
centro del aprisco
una
arboleda de abetos de Douglas
sostiene
entre ellos, tiernamente,
un alto
recinto como un jarrón.
¿Cómo
pudimos habérnoslo perdido
hasta
hoy, nunca haber visto
este
transparente, translúcido recipiente
teñido
como de cuarzo?
Lo que
descubrimos eran murciélagos:
como
carbonilla, desmenuzable, titilante
el
lugar cercado por árboles
hasta
que el aire pareció acelerarse
y los
quirópteros fueron una sola
nerviosa
inteligencia, probando su idea
de una
nueva forma
que se
desplegó y adquirió coherencia
delante
de nuestros ojos. El espíritu
del
mundo es intersticios como este;
células
que se recargan con la luz del día;
¿era
eso lo que nos estaban diciendo?
Pero se
esfumaron, de repente,
antes
de que comprendiéramos
y los
árboles crecieron en un círculo,
elegante
y mudo.
La casa
en el árbol y otros poemas
Traducción
de Antonio Rivero Taravillo
Tierra
de Sueños
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