EN EL NOMBRE DEL PAN
Candela de Jehová es el alma del hombre
Proverbios, 20, 27
Son
cien hombres subidos a una valla,
sentados
sobre ella.
Los veo
en el televisor mientras almuerzo.
Cien
hombres que subidos a una valla,
sentados
sobre ella, encaramados, aguardan.
Cojo un
trozo de pan,
lo mojo
en salsa boloñesa
y
pienso en esos hombres subidos a la valla.
Recuerdo
que mi hermano, los domingos,
solía
acompañarme
a un
lugar que llamaban islote.
Una
piedra gigante que interrumpía el mar.
Una
roca dorada que recorrer descalzos.
Un
mínimo arrecife, formado por los restos
de una
ballena megalítica,
desde
la que aprender a zambullirnos.
Él
saltaba primero y yo me demoraba
balanceando
el tórax para tomar impulso.
Mi
hermano, desde el agua, sonreía
esperando
a que yo me decidiese.
Con mi
cuerpo oscilando, adelante y atrás,
lo
mismo que un rabino en oración,
intentaba
encontrar ese momento,
el
momento propicio,
el
momento exacto en que las olas habrían de acogerme.
Hay
cien hombres subidos a una valla.
Sentados
sobre ella, encaramados.
Unos
guardas los miran desde el suelo.
Vuelvo
a mojar el pan.
En la
guerra mi abuelo hacía balas,
balas
brillantes y cilíndricas,
balas
precisas milimétricamente hablando.
Al oír
la sirena que avisaba de la presencia de aviones enemigos
debía,
por su bien, salir corriendo.
A
oscuras, para dificultar los bombardeos,
en más
de una ocasión rompió sus pantalones.
A
través de la tela remendada
se
podía observar la luz del mundo.
Esto
nos contaba sonriendo
desde
su dentadura igual de remendada.
Sigo
comiendo pan.
Hay
cien hombres subidos a una valla,
sentados
sobre ella, encaramados.
Balancean
su cuerpo adelante y atrás.
Esperan
su momento.
Muchos
llevan rajado el pantalón.
Inmaculada
Pelegrín
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Hiperión
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