Hospital
Británico
Mes de
Marzo de 1986
Pabellón
Rosetto, larga esquina de verano, armadura de maripo-
sas: Mi madre vino al cielo a visitarme.
Tengo
la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la Luz horas
y horas. Soy feliz. Me han sacado del mundo.
Mi
madre es la risa, la libertad, el verano.
A
veinte cuadras de aquí yace muriéndose.
Aquí
besa mi paz, ve a su hijo cambiado, se prepara —en Tu llan-
to— para comenzar todo de nuevo.
Tengo
la cabeza vendada (texto del hombre en la playa)
Por
culpa del viento de fuego que penetra en su herida, en este
instante, Tu Mano traza un ancla y no una
cruz en mi cabeza.
Quiero
beber hacia mi nuca, eternamente, los dos brazos del ancla
del temblor de Tu Carne y de la prisa de los
Cielos. (1984)
Tengo
la cabeza vendada (texto del hombre en la playa)
Allá
atrás, en mi nuca, vi el blanquísimo desierto de esta vida de
mi vida; vi a mi eternidad, que debo
atravesar desde los ojos
del Señor hasta los ojos del Señor. (1984)
Me han sacado del mundo
Soy el
lugar donde el Señor tiende la Luz que Él es.
Me han sacado del mundo
Me
cubre una armadura de mariposas y estoy en la camisa de ma-
riposas que es el Señor —adentro, en mí.
El
Reino de los Cielos me rodea. El Reino de los Cielos es el Cuer-
ro de Cristo —y cada mediodía toco a Cristo.
Cristo
es Cristo madre, y en Él viene mi madre a visitarme.
La
libertad, el verano (A mi madre, recordándole el fuego)
Porque
parto recién cuando he sudado y abro una canilla y me
acuclillo como junto a un altar, como
escondido, y el chorro cae
helado en mi cabeza y desliza su hostia
hacia mis labios, en-
vuelta en los cabellos que la siguen. (1976)
Vengo
de comulgar y estoy en éxtasis aunque comulgué con los
cosacos sentados a una mesa bajo el cielo y
los eucaliptus que
con ellos se cimbran estos días bochornosos
en que camino has-
ta las areneras del sur de la ciudad —el
vizcaíno, santa adela, la
elisa. (1982)
Por las
paredes de los rascacielos el calor y el silencio suben de
nave en nave: Obsesivo verano de fotógrafo
en fotógrafo, ojos
del Arponero que rayan lo que miran. Ser de
avenidas vertica-
les que jamás fue azotado. (1978)
Después
íbamos al África cada día de nuevo —antes que nada
antes de vestirnos— mientras rugían las
fieras abajo en el
zoológico, subía un sol sangriento a sus
jazmines, y nosotros
nos odiábamos, nos deseábamos, gritábamos…
(1978)
Instantes
de anestesia, de lento alcohol de anoche todavía en la
sangre de pie de una muchacha desnuda y más
dorada que la
escoba: Necesito aferrarme de nuevo a la
llanura, al ave blanca
del corpiño en la pileta de lavar, detrás de
la estación y entre las
casuarinas. (1984)
Tengo
la foto de dos novios que cayeron al mar. Están vestidos de
invierno, los invito a desnudarse. En las
siestas nos sentamos
junto a la bomba de agua y nos miramos: de
nuevo embolsan
luz los pechos de ella; él amaba a los
caballos y una vez intentó
suicidarse. (1978)
Necesito
oler limón, necesito oler limón. De tanto respirar este aire
azul, este cielo encarnizadamente azul, se
pueden reventar los
vasos de sangre más pequeños de mi nariz.
(1969)
Y a las
siestas, de pie, los guardavidas abatían la sal de sus cabezas
con una damajuana muy pesada, de agua dulce
y de vidrio ver-
de, grueso, que entre todos cuidaban. (1982)
Dormido sobre sus labios
Pequeño
legionario, ¡cuánto viento! Pedacito de plomo, pedacito
de Sahara: Vendrán veranos no obsesivos;
pasarán los hijos de
mis hijos. (1978)
Yo
puedo hachar todo el día pero no puedo cavar todo el día. No
puedo cavar en ningún lado sin estar
esperando que aparezca
de pronto un soldado de plomo entre mis pies
desnudos. (1978)
Para comenzar todo de nuevo
Es mi
parte de tierra la que llora por los ciruelos que ha perdido.
Para comenzar todo de nuevo
El
verano en que resucitemos tendrá un molino cerca con un cho-
rro blanquísimo sepultado en la vena. (1969)
Héctor
Viel Temperley
Obra
completa
Amargord Ediciones
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