Nombro
los nombres de las cosas
que si
se nombran duelen y computan.
El moho
afincado en la escalera
y la
broza incoherente de las flores
que van
a morir en el jardín.
La
sombra más oscura de la umbría
la
sombra casi negra, casi muerte,
tragedia
de la luz,
coágulo
incrustado en la mitral.
Los
pétalos de rosas arruinadas,
la
feroz vanidad de las sirenas
y el
virginal secreto
bajo la
lápida que cubre a Leonor.
Las
nombro en la fealdad de lo injusto
que
reside en las cuevas del desierto
donde
yacen los pedios de la herrumbre
y desnacen las aves cada otoño.
El
trueno que invoca a la tormenta,
su gris
encabalgado a los azules
con un
sucio pelaje de vapor.
Los
versos rancios, los privados de pasión
como
obscenos esqueletos de caballos
al
galope en la pecera de cristal.
Los
pleonasmos ahítos, insolentes,
los
disfraces de los ruines,
la
sonrisa indecente de la envidia,
la
pagada libertad
del
esclavo de los grupos de poder.
Los
pantanos malolientes
del
casto territorio de los cuentos,
los
monstruos que abonaron las leyendas,
las
huestes que custodian
la
muralla de Dite enajenada,
el
vómito de Poe, el delirium tremens,
las
sábanas marchitas
de la
habitación de la tristeza,
donde
las paredes son sudarios de los sueños
y las
ratas, invitado al óbito feliz.
La
náusea, la ova ingrávida de estanque
que
lame la mano
con un
verde afín a cualquier muerte.
El
carbón cerrado sin estrellas,
el
carbón vidrioso, el leñoso,
el de
la venganza profunda
a cien
metros bajo el beso
y a
doscientos Fahrenheith.
Los
dragones, las arañas, los chirridos de las puertas.
El
humor recóndito del sexo,
el
hedor en las naves de la iglesia,
las
plañideras, los anélidos,
el
sutil orgasmo de las sogas
que
bajan el féretro a su tumba
y los
cálices de oro y de arenas movedizas.
Nombro
los nombres de las cosas
que si
se nombran duelen y computan.
Los
nombro y me desnudo
ante el
desierto doble del espejo
para
alejar el miedo y sus dobleces
y dotar
de franqueza a mis espadas.
Laura
Gómez Recas
Zahoríes
Huerga
& Fierro editores