Memoria alabeada
El recuerdo más temprano
que atesoran las termitas
es el del frío del invierno,
los radiadores, la nieve,
y el hielo en el arroyo.
Recuerdan la escarcha
en el cristal de la cocina
y el olor intenso y verde
de las paredes maderosas
que con fruición comían.
Desde aquel lugar, altísimo,
como deidades se burlaban
de las discusiones familiares
o las pequeñas desavenencias,
pero secretamente envidiaban
todas nuestras francachelas
y los desayunos presurosos,
porque llegábamos siempre tarde:
tarde al colegio y tarde al tiempo.
Las termitas, con sus pequeños ojos,
unos ojos inexpresivos y ávidos,
se perdían en el olor de la sopa
y lo tibio del vapor que emergía
en volutas circulares hacia su cuerpo.
Al olerla, masticaban nuestro presente
intentando, en el futuro próximo,
reducirnos a cenizas y a polvo.
Pero, con todo, hacían del espacio
algo mucho más suyo que nuestro.
Sara R. Cabeza
Aullido animal
Bajamar editores
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