Hay
libros mágicos. Es un hecho científico. La magia aparece junto a
las personas que los intervienen. Hay veces que una escritora la
alcanza en su texto, otras llega por los personajes que aparecen, o
la historia que relatan, por las circunstancias que se confabulan
para que se convierta en libro: ya sabemos que los cajones están
llenos de libros tristes.
Y en
ocasiones, todos esos sucesos se alinean como planetas perfectos para
regalarnos el libro mágico.
84,
Charing Cross Road, de Helene Hanff, está tocado por esas
constelaciones inauditas. La literatura surge entre cartas
comerciales; los personajes se hacen grandes y hermosos porque son
verdad y se hicieron fuera de la literatura, para terminar haciéndola
suya:
“...me
dijo que las personas que viajaban a Inglaterra encontraban
exactamente lo que buscaban. Yo le dije que buscaría la Inglaterra
de la literatura inglesa, y él asintió y me dijo: «Está
allí.»”
Hay amor
a los libros, hay solidaridad y ayuda mutua, hay amistad y tiempo:
veinte años canónicos de viaje de cartas de un lado al otro del
océano.
Al
leerlo admiro la calma con que esperaban las respuestas: ¿seríamos
capaces hoy de soportar una espera de meses? Y en la amistad
construida con palabras y con pequeños gestos que va creciendo como
un árbol.
El libro
me lo regaló Jaio Espía. Eso también tiene magia: la amistad
entre gentes apasionadas por los libros y el narrar el mundo se
construye con estos hechos: un libro que viaja de una biblioteca a
otra, una carta donde reconoces el sentido del humor de la amiga, su
generosidad y su alegría. Gracias Jaio.
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