Carne de
toro
(Badajoz,
1936)
«Acabo de presenciar un espectáculo de
desolación
y de espanto que no se apagará en mis
ojos.»
MARIO NEVES, corresponsal
del Diario de Lisboa
Blancuzca
de alborada y palidez
amanece
la última mañana
en las
cañadas de la tierra.
No
preguntes quiénes son
ni qué
tinta negra
les
atropella las entrañas.
Abanicando
el capote
los
empujan
los
encajonan
los
traen a la plaza
cuya
arena
sin
querencia
van a
teñir.
No hay
alamares ni caireles.
Apelotonados
aguardan
debajo de las gradas
resoplan,
rezan, se desviven.
Ojalá
se
amasaran
en una
sola figura de fauno
en un
caballo que los guarde a todos
en un
minotauro justiciero.
La
claridad anémica
de la
mañana
se cuela
por las aspilleras.
No
abriga. Acontece.
como un
rastrojo de frío
arañando
la espalda.
Pero los
cuerpos no se funden.
Son
parvas trémulas
de
carne.
Un cabo
pistola
en mano
cuenta...
dieciocho,
diecinueve,
veinte
y los
saca al ruedo.
Desde
las contrabarreras
del
toril
las
ametralladoras
los
avistan
se
preparan.
De
veinte en veinte
como a
reses
los
jalean, los apuntillan.
La
camisa blanca,
la
mirada cierta
ofuscan
a las huestes
que en
su pasmo
clavan
al
primer aviso
las
balas
como
estoques.
Se
apaciguan
esas
candelas
sobre su
sangre anegada.
Las
envuelve
la
atronadora
serenata
del aire
desde el
sombrío aforo
que pide
muerte
y
muerte.
Arrastrarán
los carreteros
un mudo
jaleo de cuerpos
por la
calle encendida y tiesa.
Luego
se lo
tragarán
los
hoyos famélicos
junto al
cementerio
en el
espeso trajín
de la
tarde sin siesta.
El
equinoccio
cuajará
sin
tocar
esas
majadas,
esos
hombres que no se evaporan
de los
surcos de la tierra.
Tienen
el pueblo a su suerte.
Le
dejarán la estocada,
la
osamenta deshecha,
el aire
que respirar
crispado
por la pólvora.
Viviana
Paletta
Las
naciones hechizadas
Colección
once
Amargord
Ediciones
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