CUENTA II
Altas, rígidas, afiladas.
Intenta llegar al otro lado
a pesar de las espinas salvajes.
Nosotros, que marchamos de casa adolescentes,
niños que cruzamos fronteras y fuimos despedazados
por mil lenguas dentadas,
nosotros, que llevamos heridas que florecen
bajo la piel cicatrizada,
¿en quiénes nos hemos convertido?
Me pregunto si casa
será mi fantasma,
si llevará mi ropa interior
guardada en la antigua cómoda
que compré hace veinte años,
si habrá anidado en mi blusa colgada
en una percha que no me atrevo a tirar.
Acaso esté extraviada entre filas de libros
ordenados alfabéticamente en un idioma
en el que no nací. O aquí, en el borde
de esta taza desportillada
que mi último amor olvidó.
Llevo semillas en la boca. Planto
cúrcuma, cardamomo y diminutos
pepinos aromáticos en el jardín.
Los riego con la lluvia que arranco
de las canciones de la abuela.
Crecerán, lo sé, por encima
de las murallas de espinos.
Se abrirán paso, ilesos.
Me fui de casa a los trece.
No había vivido lo suficiente como para saber
no amar.
Casa era el mar Caspio, los bazares bulliciosos,
el aroma del kebab y el arroz, los almuerzos
de los viernes, los picnics junto a los arroyos.
Nunca quise irme tan lejos.
Dijeron: Vuelve
y morirás.
El exilio es una maleta con el asa rota.
Lleno cien cuadernos de garabatos,
los arrojo al fuego y vuelvo a empezar,
esta vez me tatúo las palabras en la frente,
esta vez escribo solo para no olvidar.
La complacencia se contagia como un catarro.
Nado a contracorriente para dejar mis huevos púrpura.
Dicen: Saca sustento de esta tierra,
pero mira cómo cuelgan mis frutos en espiral
y huelen a cuadernos viejos y a encaje.
¿Qué es un árbol trasplantado
sino un ser en el tiempo,
resignado a la adopción?
Los espíritus apremian, los espíritus se van,
lloran y se lamentan en la puerta del templo,
donde pendo al borde de un abismo.
Tal vez los espíritus solo acuden en el exilio.
Pero incluso esto es una ilusión.
Sholeh Wolpé
Ábaco de la pérdida
Memorias en verso
Traducción de Corina Oproae
Visor
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