La
política no puede separarse de la subjetividad, de las formas de vida que se
van creando, a la vez, desde su interior y su exterior. Pienso en ese
desplazamiento, entre semántico y moral, que ha transformado los derechos
ciudadanos en derechos del consumidor. Frente a la idea de un Estado que impone
equilibrios entre los derechos de múltiples colectivos, se vuelve común la
exigencia de uno que no interfiera con el individuo que consume. El primer
paso: “Si puedo comprarlo, puedo hacerlo”. Y de ahí el segundo: “Si puedo
hacerlo, nadie puede impedir que lo
haga”. No es la gente de la ciudad quien tiene derecho a un aire menos
contaminado, sino yo a desplazarme en
coche: es mío, hay un derecho en ese gasto que no puede disminuir. No son los
menores quienes tienen derecho a la protección de una familia, sino yo quien tiene derecho s ser padre y,
por lo tanto, a comprar un hijo si lo quiero, como implica la subrogada. A cada
apuesta fuerte por un derecho colectivo se le responde con una multitud de
consumos individuales que reclaman su igualdad de alcance, en una
transformación que atraviesa la política, pero que va mucho más allá. Por eso
un proyecto transformador está especialmente limitado si no sabe interponerse a
esos consumos o, peor, si cae en la trampa de negociar con ellos.
Fruela
Fernández
Incertidumbre
de aldea
[Apuntes
2018-2021]
memorias
(in) surgentes
La
Vorágine
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