La casa de los abuelos
El abuelo se fue a dormir,
nunca más se levantó,
en la alacena hasta el vino lloraba,
se habían ido las trenzas y las sopas de ajo.
Después de un tiempo la abuela siguió el mismo
camino de cama,
confundiendo la infancia con su último adiós.
La casa,
la casa entonces se desnudó,
fue bostezo,
naftalina,
periódicos perdidos en entreguerras,
almanaques zaragozanos con marcas de siembra y
cosecha,
desierto de azulejos,
chimenea
y
olvidos.
Un ante de rosarios y golondrinas,
lana,
brasero,
onza,
manzanilla,
nata.
Hoy,
hoy no son más que grietas que se hunden en la
piel,
pimientos rojos sobre las piedras de la solana,
reloj parado al ángelus,
el día que por última vez,
en las ventanas,
se cubrieron los visillos.
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Vi a mi padre
Vi en los ojos de mi padre
la pólvora del hambre antigua,
los perros gritan a las encinas,
las alforjas se llenan de aves.
Vi a mi padre traer salitre a manos llenas,
curtir de tierra roja,
áspera es la pulpa del cansancio de los bueyes,
templado a forja,
entregado a las arrugas del pan,
postrado por nosotros,
en la línea de ensamblaje.
Vi a mi padre sin su padre,
llorar como un niño,
entonces comprendí:
su corazón es el mío.
Izu
Ciencias
y piedras
Huerga
y Fierro Editores
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