MIEDO
Caen las
persianas para evitar las manchas de la noche.
¿Oyes
ladrar afuera a los perros de Carver?
Los que
acercan sus fauces, aunque no muerdan:
dos
motosierras que insisten en olfatearnos el temblor.
Noche
callada, noche detenida, noche oscura del alma,
noche de
la carne oscura, carne reclamándose a sí misma,
mientras
el tiempo salta de respiración en respiración;
mientras
los cuatro angelitos que velaban los sueños,
ahora
francotiradores tensos en sus esquinas,
esperan
la adecuada señal para volarnos la cabeza.
Continúa
así la ronda del juego de las sillas musicales.
Alguien
describió en un poema el calor de las manos;
no era
la mano de mantel de la madre de Otero
ni era
la mano herida anhelada por Lorca,
quizás
la mano firme que no sostuvo a Sexton
o la
mano más bella que deseó Cortázar.
En algún
momento decía: “dame tu mano”,
entrégame
calor para alumbrarme en el mundo,
porque
la poesía no es cobijo sino lluvia,
el
plancton amarillo que antes fue un socorrista.
La
persiana no del todo cerrada anuncia un cielo
idéntico
al hedor de un criminal.
¿Dónde
podré ocultarme cuando acerquen su hocico
y
el único recluso sea yo?
José
García Obrero
La piel
es periferia
Visor
No hay comentarios:
Publicar un comentario