martes, 29 de diciembre de 2020

TRES POEMAS DE ESCARDILLO DE SALO MOCHON

 

 

 

 

ENTRE CARRANZA Y URUGUAY

 

 

 

Caminaba sobre Isabel la Católica.

Venía pensando en los hologramas y en la belleza

de la última sístole;

en que no se sabe con certeza

cuántos años tenía Caperucita

y en que, seguramente, el verso

the chattering of teeth, white teeth

ya había sido escrito.

Venía pensando en el sonido del claxon

que Beethoven nunca escuchó:

en el olor a plástico de algunas ideas

y en que el amor es escardillo de un sol que nadie ha visto,

cuando, de repente, escuché un grito amordazado.

Era Isabel: le estaba pisando la boca.

 

 

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EL SABIO

 

 

 

[la puerta del microondas al abrirse]

 

[un plato al ser colocado sobre la base en el interior del

microondas]

 

[la puerta del microondas al cerrarse]

 

[un botón del microondas al ser presionado]

 

[otro botón del microondas al ser presionado]

 

[el microondas calentando]

 

[el microondas cuando avisa que terminó de calentar]

 

[silencio]

 

[el microondas cuando avisa que termino de calentar hace un

minuto]

 

[silencio]

 

[una sirena]

 

[silencio]

 

[una hormiga cargando una migaja tibia camina entre los pelos de su

pecho]

 

 

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24 Es mejor presentar nuevos contenidos en formas ya conocidas, precisamente porque es más fácil comunicar y comprender experiencias desconocidas a través de formatos que resultan familiares. En esto consiste la sabiduría estilística básica del periodismo. A la inversa, si un escritor quiere experimentar con formas poco familiares, quizá sea prudente que escoja un tema conocido.

 

 

 

Salo Mochon

Escardillo

 

Ediciones Liliputienses


lunes, 28 de diciembre de 2020

SIETE POEMAS DE TODOS LOS CABALLOS DE ANTONIA VICENS

 

 

 

 

El cielo puede caber   en un charco

el infierno   puede ser

una cama   con las sábanas

de seda.

 

 

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He encendido una vela   sobre su mesita

de noche   que pueda ver

si no encuentra   estrellas

por el camino   ansioso espera que alguien

de   más allá de la sangre

le dé órdenes   copas

rotas   marcas en las muñecas

de una infancia   con espinas.

 

 

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Poniendo voz   de náufrago   se me pega a la piel

quería convertirme   en agua

muerta   una vez   hace tiempo

me perdí   en el parque

 

 

música   disfraces

y ocultos   entre las hojas de

las palmeras   ángeles hambrientos

roían niños.

 

 

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Disparos me hieren en la frente   chorros de sangre

me tapan la vista

algunos curiosos me aconsejan que vaya

a urgencias   no sé

cómo explicarles

que   no soy

yo

quién se está

desangrando.

 

 

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Avanzan   a galope   blancos

rojos

negros

amarillos   todos los caballos.

 

 

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De jovencita quería ser   amazona

la culpa   un anuncio de Martini

en el que una mujer con un vestido de tul

recorría la orilla infinita de la mar

montada en una yegua

blanca   se dijo tiene cáncer no

sobrevivirá al verano   entonces quise

ser un caballo   alado

galopando en la silla   de la Muerte.

 

 

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Al abrir las persianas   florecían gladiolos

y rosas silvestres   cortaba un ramo

me llenaba el pelo de pétalos   hasta

que   caballos desbocados

me pisotearon   el vientre.

 

 

 

Antonia Vicens

Todos los caballos

 

Traducción de Rodolfo Häsler

 

Editorial Pre-Textos


domingo, 27 de diciembre de 2020

DOS POEMAS DE CIENCIAS Y PIEDRAS DE IZU

 

 

 

 

La casa de los abuelos

 

 

 

El abuelo se fue a dormir,

nunca más se levantó,

en la alacena hasta el vino lloraba,

se habían ido las trenzas y las sopas de ajo.

 

Después de un tiempo la abuela siguió el mismo camino de cama,

confundiendo la infancia con su último adiós.

 

 

La casa,

la casa entonces se desnudó,

fue bostezo,

naftalina,

periódicos perdidos en entreguerras,

almanaques zaragozanos con marcas de siembra y cosecha,

desierto de azulejos,

chimenea

y

olvidos.

 

 

Un ante de rosarios y golondrinas,

lana,

brasero,

onza,

manzanilla,

nata.

 

Hoy,

hoy no son más que grietas que se hunden en la piel,

pimientos rojos sobre las piedras de la solana,

reloj parado al ángelus,

el día que por última vez,

en las ventanas,

se cubrieron los visillos.

 

 

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Vi a mi padre

 

 

 

Vi en los ojos de mi padre

la pólvora del hambre antigua,

los perros gritan a las encinas,

las alforjas se llenan de aves.

 

 

Vi a mi padre traer salitre a manos llenas,

curtir de tierra roja,

áspera es la pulpa del cansancio de los bueyes,

templado a forja,

entregado a las arrugas del pan,

postrado por nosotros,

en la línea de ensamblaje.

 

Vi a mi padre sin su padre,

llorar como un niño,

entonces comprendí:

su corazón es el mío.

 

 

 

Izu

Ciencias y piedras

 

Huerga y Fierro Editores


sábado, 26 de diciembre de 2020

LAS MANOS DE MI MADRE ME DIBUJAN UN POEMA DE DEPRISA DE JORIE GRAHAM

 


 

 

 

LAS MANOS DE MADRE ME DIBUJAN

 

 

 

Mientras muere solo las manos de madre siguen

sin morir, cortando el aire,

impersonales, forzadas,

curvándolo—sequía incesante lluvia

revolución de los órganos des-

activándose pero no estas extremidades,

aquí desde que por primera vez abrí mis primeros

ojos el primer día y ahí estaban,

delicadas, señalando, no retrocederán,

no pueden ser recordadas. Madre,

muriendo—madre no quiere

morir—madre aterrada despierta

cada noche pensando que está muerta-

gritando—madre no

recuerda quién soy cuando

acudo—quién soy—madre debemos

guardar el teléfono porque a quién

llamarás luego—ahora dice he

soñado tengo que ponerme este vestido, si

me pongo este vestido no moriré—

madre no puede ponerse el vestido

por la cadera rota y el brazo

roto y tubos y cables y cubetas

y dolor omnipresente, errante

delirio, en el fétido mundo-

sombra—geotrauma—trans-

natural—qué es este mensaje

que has estado garabateando para mí

toda la vida, qué es este arrastrarte

otra vez hoy hacia el no-ser. Dibújalo.

El que no está aquí. Quién es el

fantasma en la habitación. Que soy yo

ahora en el dibujo. Adónde nos

dirigimos. A qué me arrojas

con tu ojo presuroso—arriba

hasta mi luego abajo al blanco de la

página. Despedazas

el rostro. Veo mi codo ahí donde

ahora trazas la curva con el lápiz, lo

completas, me lo arrancas hacia

una generación más instantánea de

futuro extra. Rememoras, me despojas

de mi extrañeza, me

manufacturas, me incubas de sombras. Para

hacer qué, madre, aquí en esta

eternidad este segundo este millón

de años donde observo mientras todo es

observado y cancelado y re-

producido—multiplicando las facetas de

la luz en el aire matinal—los

dedos hurgando frenéticos en la bolsa de

 bolígrafos, lápices, y luego aquí

están—las imágenes—y las manos

se mueven-trazan una

línea ahora, es nuestro mundo,

se horizonta, nos afantasmamos, sonámbulos,

todo a nuestro alrededor se nivela,

se cancela, nos transformamos, somo

apenas ruinas, perduramos, pero

para qué, los dedos profundizan

el bucle, reanimándolo, la mente

no lo sabe—no creo—

pero los dedos, oh, toda mi vida

exhumando lo invisible,

harta de las meras cosas, no

interesada en el enjuiciamiento, sino

en la convulsión—qué significa

convulsión—toda la energía, grave

asunto, sobre la dirección, trazando

rastros que se disuelven entre el ente

y los intersticios-aquí líneas firmes,

aquí un arranque polvoriento—hambre,

temor—comienza la investigación—no todo se ha

perdido—el pensamiento dilatado

unos segundos—el escrutinio desplazándose

entre el aquí y el aquí, conglomerados,

malezas, este podría ser el punto donde

entramos, o donde somos salvados,

podría ser un error, ella mira la

habitación traspasándome, no estoy

aquí entonces, intento alzarme en el rayo de luz,

nada de lo que hago lo hará

suceder, rostro pétreo, labor que

excluye todo lo que no es ella

misma, todo impulso en el proceso de

convertirse en todo afecto, cómo puedo tocar

esa mano como nieve nómada, cuándo

se repite el tiempo si aquí no hay

tiempo, o el tiempo ha sido cargado pero

no amartillado, por ello almacenado, del todo

clausurado, también me crearon pero no

así, busco la renuncia,

la expectativa, pero aquellos no son los

climas—si solo pudiera estar en

el escenario—mi tiempo no

pasa—de quién es el tiempo

que pasa—las manos apresurándose

en el papel, nublado con un sol

que afuera también garabatea y se apresura—

la sabiduría apartándose de la

sabiduría para ser—qué—algo

que podrá multiplicar el otro y no puede, una mancha

de azul en el exterior de pronto como la

extinción del lenguaje cuando los labios

se paralizan—sol—auto-

enunciándose—quiero que esto no sea

lo que escribo sobre ella, también que mis manos

no estén aquí, fundidas con las suyas

que nunca tomarán la mía en

ellas, no importa lo tarde que sea, no

importa que tengamos que abrirnos paso

corriendo entre toda esa gente y yo necesite

la mano, en algún lugar un claro

radiante, ¿nos dirigimos a él?, la cabeza

inclinada sobre la vasta página, la mano

trémula de viva emoción, no puedo decir

si da o recibe, no puedo decir qué es

lo que genera la línea, procede

de los largos dedos pero no es

ellos, todo se ha consumido, la sensación

de que todo-todo lo que necesitamos o tenemos—

se consumirá en este próximo acontecimiento,

esta captura, en realidad estridente aunque

solo puedes oír el leve

arañazo, y percibo el crepúsculo

acercándose aunque aún

despunta la tarde, insinuándose tan solo,

nadie aquí para verlo salvo yo, narrada

en la voz del silencio por arcos, contornos,

el viento que arrecia, ondulado, fluido—

tinta tiza carbón—círculos, espirales,

el río que corre

a ninguna parte, que ha sobrevivido a los

asombros y jamás volverá a

acercarse a ese ardor, hace

frio aquí, alzando la vista hacia qué,

mirando otra vez abajo, cómo es

posible que el mundo aún exista, cuando

empieza a tomar forma allí, en el no

ser, está el antaño están las

altas palabras, desprendidas, como

el canto del arrendajo arrojado cuando

el pájaro se marcha, frías mañanas,

arrastrando consigo el amanecer, dejando

al cuervo y al estornino al sol—ellos

han sabido qué encontrar en lo incondicionado,

lo inroturado lo inmaterial lo intacto y

lo han llevado a rastras hasta aquí—para que sea

visible

 

 

 

Deprisa

Jorie Graham

 

Traducción y prólogo de Rubén Martín y Antonio F. Rodríguez

 

Bartleby Editores