CACEROLAS
Ya sé
que
justo en
el momento en que las cacerolas cobran vida
para
perderla enseguida lanzándose al suelo,
cuando
las páginas de los recetarios se pasan solas
y el
extractor se pone en huelga de humos caídos
y el
fragor de la grasa se apodera de la vitrocerámica
y los
cronómetros confunden los segundos con los lustros
y la
valeriana se impacienta tras romper a hervir
y la
pizarra mágica redacta las memorias de un rotulador
y a mi
espalda se perfila un lenguaje milenario
dispuesto
en guindillas, pinzas y conjeturas...
Ya sé
que
en ese
momento y detrás del ruido
puedo
imaginar el verdadero motivo de la revuelta,
comprobar
las secuelas de la levadura óptica
—o de
cómo lo invisible se infla hasta ser visto—
y, sobre
todo, con un fondo de orquesta local,
existe
la posibilidad de escuchar el carácter
del que
ocupó mi mente un segundo antes
de que
las cacerolas cobraran vida para perderla
y una
sonrisa se convirtiera en polvo de marfil,
principal
componente de todos los postres.
Elena
Román
Esta
dichosa ansiedad doméstica
Devenir
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