HERENCIA
Los
nacionales entraron en el pueblo.
A Ella
le invadió un miedo atroz al entrar en casa
y ver
cómo el perro se abalanzaba sobre ella.
Se
sucedieron volantes, fotos antiguas, años de resistencia,
su padre
muerto, vestidos de lunares, otros
perros
más grandes,
un
madrecita, que me quede como estoy.
A su
hermano lo arrastró de la oreja a casa.
Después
vino a buscarme a mí,
porque
creyó que me llevaba el hombre del saco.
Quizás
fue eso la guerra civil
y no lo
que contaban en las noticias.
Ahora sé
que las fobias son hereditarias.
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CICATRIZ
Cicatriz
es mi poema,
porque
me han abierto del derecho y del revés,
y me han
vuelto a cerrar
y a
abrir de nuevo
para
palpar aquí y allá,
como
hacen las niñas que juegan
a ser
doctoras y poco a poco palpan,
introducen
sus dedos y reconocen
un
corazón, un útero, un hijo.
Así,
así han dispuesto de mí,
como la
abuela debió hacer algún día
con la
muñeca de trapo
que se
perdió entre la guerra y la mudanza
y
apareció en el patio y luego
yo volví
a perder. Así,
como
posar los dedos, apretar suavemente el fieltro
e
introducir las yemas en el vientre
para ver
que sólo hay algodón.
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CUCARACHAS
Casi
como una plaga,
el dolor
invade el cuerpo.
Cualquier
resistencia de la epidermis
no queda
sino en hematomas y algún
sangrado
leve.
El grito
y un cortaúñas que devuelve las células
muertas
a su lugar: el suelo.
Y allí,
ellas juegan con mis cucarachas.
Un día
la piel aprende y ya no supura.
Entonces,
acontece el silencio.
Los ojos
se quedan oscuros
y
periódicamente sobreviene la náusea.
Las
cucarachas pasean entre las cicatrices
y buscan
alimento, más allá de la ducha.
Luego,
cuando el corazón deja de preocuparse por bombear,
las
cucarachas mueren.
Los
temblores parecen algo fortuito,
pero no.
El dolor no se reabsorbe.
Ana
Castro
El
cuadro del dolor
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