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Todos
están dormidos, Cenicienta.
Levántate
ahora e invoca a tu hada madrina,
arréglate
para la verdadera fiesta
y olvida
de una vez al tonto príncipe que te espera.
Abraza a
tus dos hermanas
y antes
de irte ve a la habitación de tu madrastra
a darle
el último beso de despedida.
Llegó
la hora, Cenicienta,
ya los
ratones trajeron la calabaza
y te
calza bien la zapatilla.
Sube a
tu fantástico carruaje
y olvida
el dolor del mundo y sus grandes cucarachas.
Vete a
tu baile, dulce niña,
que yo
te miraré desde aquí sentada
mientras
tus pies vuelan en el aire,
mientras
ejecutas tu última danza
colgada
del naranjo del patio de la casa.
Cuando
te encuentren en la mañana,
con la
lengua rosada sonriéndole a la vida
muchos
desearán bailar contigo.
Rosa
Silverio – Matar al padre
Huerga y Fierro editores / Poesía
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