Iglesia de Pollos, Valladolid, en agosto de 2011 por Pablo Müller
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Sentí un funeral en mi cerebro,
los deudos iban y venían
arrastrándose — arrastrándose
Emily Dickinson
De niño, a la idea de la vida eterna seguía la idea de los siglos de los siglos, y acostado a la espera del sueño, recorría esos siglos cansinos en el pensamiento de un hilo eterno y angustioso. No termina, no acaba, como la labor de un esclavo sin descanso sentía que el pasar del tiempo hasta la eternidad era una tarea titánica para un niño, y en vez de gozo — así lo anunciaban —, lo sentía castigo.
La otra tarde en la humilde iglesia de piedra basta, sillarejos, entendí como un fogonazo, que esa vida eterna no era tarea de una sola persona, — sentí alivio — y que su anuncio era la obviedad de la existencia, que no hay vida sin muerte, y que la resurrección es el recuerdo, que el recuerdo solo se renueva con el olvido.
No hay castigo porque tampoco hay gozo: como una suerte de alegría en un día triste.
Iglesia de Pollos, en Valladolid, en julio de 2011 por Pablo Müller
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Iglesia de Pollos en Valladolid, el 12 de agosto de 2011 por Pablo Müller
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