Odias la poesía
(Gamoneda
revisitado)
Odias la poesía, dices, pero me amas,
y entonces recuerdo aquello de «la
justicia
de las cosas, es decir, la poesía de
las cosas»
y reímos mientras acaricio tus pies
pequeños y perfectos, y olisqueo tu
nuca
que huele a arena, perfume y sal.
Cierras los ojos
y suspiras.
Luego, ya en la cama, busco de nuevo
tu aliento,
esa breve señal entrecortada de tus
hombros
—la piel en guerra—
que me hace saber que tu cuerpo y el
mío
comulgan húmedos y exactos al fin.
Después ya tarde, ceñida mi sombra
al olor de tu cuello —lentos y
abrazados—
recuerdo aquello de «en la humedad me
amas»,
y reímos al observar nuestros pies
fuera de las sábanas.
Odias la poesía, dices,
mientras paseas tu cuerpo desnudo por
mi casa
—de puntillas, revuelto tu cabello
en el aire—
y digo «mi manera de amarte es
sencilla».
Desnuda regresas —cada noche—
con tu belleza entera
preguntando no-sé-qué (ay si no
fuera por ese no sé-qué),
buscando —dulce animal— mis
palabras más salvajes,
esas —impuras y dóciles— que yo
te doy sin dudarlo.
Un diablo entre nosotros
(Tarde de supermercado)
A la luz de lo visto, un cuerpo danza
alrededor de un vaso de agua. El
agua
es un estado. Ella guarda en su
casa
la carne de un ciprés, la resina del
amor
lo llamaba. Le da vértigo subir a lo
alto
de sus labios para decir, vestida de
turrón
en verano, que está sola, que no hay
camino más azul que la línea
que divida la sed. Pero alguien entra
—quietos— y se detiene al borde
de los congelados. Congelados
los ojos de las cigalas son un vago
recuerdo de la vida. El humo helado
asciende,
se dibuja en su frente, lenta línea
humilde en el tiempo
que imita la suave luz del crocante.
Leve contorno.
De vaho nace
ahora un beso, del salto y de los
guisantes
crece la historia de otro tiempo. El
vaho
es un estado. La carnicería es
un purgatorio.
Pasea así, delicada, ante los vinos.
Las etiquetas
marcan años y lugares. Qué límite
da forma
al tiempo y al sabor, en qué lugar
del paraíso detener los pies,
callarse, beber.
Reír al contemplar que el pavo
caduca el día de tu cumpleaños. La
risa
es un estado. Vuelvo hacia el
desierto
que mis manos forman al oler su edad
callada. Sólo eco. En lo alto la
humedad talla
figuras blandas, vagas sombras
(sombras,
sombras, sombras, dijo
Pepe), que en su gesto
nos observan, nos muerden. Viven el
idioma
sacro de la sal, estigmas de un cuerpo
vendido.
Una fregona, despeinada en su
abandono,
soporta el grito de la puerta de
emergencia.
Estoy aquí entre alcachofas y
sandías,
para hacer de mi cuerpo el límite de
tu sed.
Estoy aquí, en la negra soledad del
chocolate.
Lo repito. Grito. Deseo.
A la luz de lo visto, un cuerpo danza
y lejana suena la melodía
cierta de su condena:
debe haber un diablo entre
nosotros.
El filósofo trabajando
(Apuntes para un ensayo
sobre la belleza pasajera)
1
Imaginé que la lluvia como imagen nos
serviría.
Su forma de llevarse los dedos a la
boca, su inocente
silueta entre las uvas del mercado,
sus dedos
como púas de un tenedor, rechonchos
por la base
y afilados cerca ya de su presa,
imaginé que sería otra buena
definición
de la...
déjalo, es inútil dar forma a lo que
posee ya
su lenguaje definitivo.
2
(Aquí deberías añadir
algo
entonces
sobre la belleza. O cómo se derrama
torpe e impaciente sobre la mesilla
un vaso de agua. Perpetua dicha son
las cosas bellas).
3
Sin embargo
parece que va a llover. Caminas
por la habitación de puntillas,
sigilosa, como si con tus pies
diminutos fueses capaz de añadir
palabras
a esta búsqueda. (El lenguaje ya no
cabe. Hierve el agua en un cazo).
Una camisa
pende sin músculos
del respaldo de una silla de mimbre.
Estiras tu brazo.
Sacas del armario
el chubasquero rojo
como si extrajeses de tu cuerpo
un órgano muy delicado.
(Tu palabra vibra entonces como la
piel de una campana)
Te sienta tan bien
ese color.
—nunca me lo habías dicho.
La cena (en el poema)
Los pintores al menos tiene cosas.
Pinceles que limpian todos los días
y guardan en tarros de loza
y barro que compran ellos.
Carlos Martínez Rivas
como restos de un animal sobre la mesa
dividimos la piel
sus migas
el músculo que se contagia de metal
nocturno
los
pintores al menos tiene cosas es
cierto
estas cosas una jarra de peltre sin
asas
una huella
la melancólica tenaza del tiempo
hierba que mecánicamente se hace
viento
estas cosas dijo mientras le entregaba
su abrigo
y agitaba delicadamente sus dedos
para mostrar la ausencia de guantes
el tema no daba para más
durante un rato comieron en silencio
dos gatos subieron de alguna parte
para deslizarse como negro líquido
junto a las sillas.
Formas de empezar a ser otro
Decir que llegamos tarde sería
lo más próximo a la verdad.
Nuestra capacidad para el pensamiento
se torna
con una leve presión
en zumo de manzana.
La costumbre ha licuado
todos nuestros deseos.
Chutar una piedra.
Seguir su dibujo sobre la acera.
Esperar que su gesto al fin nos dé
una señal,
o salve la tarde
color galleta. La hipnosis, ya sabes,
es cuestión de gustos.
¿Hay algún signo en su forma?
Dudo
que sepamos interpretar algo
más allá de nuestras manos.
La piedra no se detendría jamás
si no fuera porque el rozamiento
es igual a vida. ¿Lo ves? Ahí tienes
otro ejemplo.
Siempre he envidiado tu pálida
indiferencia, neutra ante los hechos,
blanca como un pijama con olor
a fiebre de otro. Extiendes tu mano
hasta alcanzar la pieza que falta. Hay
errores
que nunca deben pagarse. Un puzle
es lo más parecido al odio que
conozco.
Llegar hasta la azotea
como un temible oto,ano
cargado de fruta y vino.
Algo así es lo que te pido.
Descorcha esa botella. Pon tres vasos.
Espera.
Alberto Santamaría - El huésped esperado - Poesía reunida 2004 - 2012