El padre en el juego de las cartas, por Pablo Müller
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«Mi padre me enseña que tenemos que inventar
a ese padre con dolor y sin ferocidad, un padre que nos invente.»
Jorge Riechmann
Contamos diez cebollas en la huerta,
nueve manzanas calientes de mañanas,
ocho hachazos en los leños de la encina,
— el sudor del padre y sus ojos cerrados —
siete surcos para drenar el agua del riego,
seis paladas de arena por dos de cemento,
cinco gritos por hora clamando aplicación,
— no te escondas, no te escapes —
cuatro piedras con las aristas de sangre,
tres hijos vivos, dos hermanos supervivientes,
el padre único, al amparo del dolor,
— el peso de la vieja vida,
un paso de danza que se ejecuta sin pareja —
Desbrozamos, con su compasión, la maraña
violenta, el ruido agreste, cercamos el miedo,
antiguo y tosco, y limpio el camino
mostramos la salida del daño, ánimo,
enérgica despedida: no
— al padre no, a nosotros no —
con el no, esa sílaba esencial,
inventamos al padre sin noticia,
el padre que nos inventa por fin.
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