La playa de Ereaga en septiembre de 2012 por Pablo Müller
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«El olvido, gracias por no venir, es un montón de féretros…»
Juan Carlos Mestre
El precio de las estrellas no tiene que ver con el valor de las noches.
La fugacidad es blanca de aerolito y el agosto trigo de olvido que espigar las mañanas de domingo.
En las formas que toman las noches y los blancos, la fugacidad se hace aeronave, una lenta derrota de los satélites convencionales.
El no silencio de los niños hielan los universos que se equivocan de mano.
Las manos conocen el poder de las fauces de la alegría.
Todas las noches los cuentos se ponen en la fila india ante la ventana. Uno de ellos se ríe por la tarde y luego se cuenta en la fascinación de los barcos grandes.
“El huerto del olvido” es el lugar donde aparece por primera vez el niño.
“La frontera polaca” es el último sitio donde paró la estrella descarriada.
Un sinvergüenza tiene más que ver con el ruido que con tu silencio.
Y si hay una silla desde la que cuidar a los hijos, ésta es siempre incómoda.
El periódico se pudre a la velocidad de las rosas.
La silla desde la que cuidar a los hijos tiene la proporción del miedo.
La silla desde la que cuidar a los hijos es tan oportuna como el propósito y la conveniencia.
La abuela recibía el periódico con un día de retraso, aun así al leerlo las noticias siempre eran de un día antes.
La fugacidad es blanca de aerolito y el agosto trigo de olvido que espigar las mañanas de domingo.
En las formas que toman las noches y los blancos, la fugacidad se hace aeronave, una lenta derrota de los satélites convencionales.
El no silencio de los niños hielan los universos que se equivocan de mano.
Las manos conocen el poder de las fauces de la alegría.
Todas las noches los cuentos se ponen en la fila india ante la ventana. Uno de ellos se ríe por la tarde y luego se cuenta en la fascinación de los barcos grandes.
“El huerto del olvido” es el lugar donde aparece por primera vez el niño.
“La frontera polaca” es el último sitio donde paró la estrella descarriada.
Un sinvergüenza tiene más que ver con el ruido que con tu silencio.
Y si hay una silla desde la que cuidar a los hijos, ésta es siempre incómoda.
El periódico se pudre a la velocidad de las rosas.
La silla desde la que cuidar a los hijos tiene la proporción del miedo.
La silla desde la que cuidar a los hijos es tan oportuna como el propósito y la conveniencia.
La abuela recibía el periódico con un día de retraso, aun así al leerlo las noticias siempre eran de un día antes.
«En lo alto de lo correcto se levanta el templo de las medias verdades»
Juan Carlos Mestre
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