Ventanas en la calle Prim, en junio de 2004, por Pablo Müller |
el interior de este silencio es rojo
Jorge Riechmann
Uno
La muerte es más muerte en silencio
y “el interior de este silencio es rojo”
el peso del silencio supera al de muchos metales:
al metal de las armas, al metal de las furgonetas,
al metal de las gafas oscuras y las hebillas de los cinturones.
El horror es más doloroso en silencio… por eso
hay que transformar el silencio en palabras
agarrarnos con abrazo al dolor de las mujeres,
llevar las palabras a las cárceles donde no están los dueños del miedo,
buscar las palabras en las cenizas de las mujeres que dijeron la última,
en los recoldos de las brasas del amor de las mujeres, palabras que queman despacio las sílabas del olvido,
Dos
¿Hay palabras en el momento cruel de la mujer asesinada?
Y si las hay, ¿cuáles? ¿por favor? ¿no? ¿piedad?
¿las del ruego?, ¿las del miedo?, ¿las de la rabia?
Y en el momento cruel de la mujer asesinada,
el hombre que roba la vida
¿puede escuchar? Y si escucha, ¿cuáles?
Las que le recuerdan a su madre,
acaso también mató a su madre
acaso un hombre mató a la mujer que fue su madre
¿por favor? ¿no? ¿piedad?
Tres
Las palabras son buenas conductoras de la electricidad y de la rabia…
Las palabras son buenas conductoras de la amenaza y del miedo…
La amenaza y el miedo se alquilan en las habitaciones de los dóciles y en los garajes de las noches
La congoja y el temor se atan a la puerta de las fábricas donde trabajan las mujeres,
por los agujeros de las horas enseñan sus dientes los encargados y los cinturones
y con la madrugada en los polígonos industriales que lamen la frontera aparecerá otro silencio rojo,
silencio mujer,
y a cada silencio palabras, palabras mujer, palabras valor, palabras sin amo.