Seguramente volverse comprensible,
autosuficiente y acomodaticio sea la tentación más a mano del poema
que encaja en el orden simbólico establecido. Pero el poema puede
también ser acogido en cualquier espacio de lectura como aquel
regalo en forma de caballo a las puertas de Troya: le favorece
entonces una apariencia inocente que facilite su entrada intra
muros, su acceso al núcleo del
Gran Interior que sigue siendo la vida cotidiana, anónima, no para
que ahí desembarque una tropa redentora (en medio de un trompeteo
que se quisiera épico) sino para volver real el no tan inocente
momento en que lo cerrado se abre y lo negado se afirma (aunque
únicamente llegue a afirmarse como pregunta negada). Así tanto
desde la escritura como desde la lectura de poesía, la pregunta por
cómo (re)hacemos realidad un mundo (otro) se
cruza con las otras formas de producir sentido(s) a través de la
práctica poética. En este punto (sin) límite empieza quizá una
travesía del desierto (de lo real), una ruta esta vez sin guía, a
tientas entre los impactos deslumbrantes de los escaparates
mediáticos, las pantallas ubicuas y las corazas íntimas. Si fuera
una imagen, la situación de la poesía en el mundo, de una poesía
sin mundo, rimaría con la escena final del El desierto
rojo (M. Antonioni, 1964), donde
Giuliana intenta comprender de noche su propia desesperación, y aún
se la oye tal vez decir: «Hay
algo terrible en la realidad. Pero no sé lo que es. Y nadie me lo
dice».
Antonio Méndez Rubio – Abierto por obras
– Ensayos sobre poética y crisis. Libros de la resistencia