martes, 2 de agosto de 2016

PADRE WALT WHITMAN UN POEMA DE RAFAEL CALERO PALMA


Rafael Calero Palma en Voces del Extremo 2015, por Pablo Müller




 

Padre Walt Whitman,

que estás en los cielos,

santificado sea tu nombre,

déjanos entrar en tu Reino

de la espiga, del dondiego, de la lila.

Bienaventurado seas por siempre,

viejo y hermoso Walt Whitman, 

por habernos dejado en herencia el verso libre.

Bendigo el día, la hora, el minuto

en el que se te ocurrió, tenaz Walt Whitman,

romper las reglas absurdas, 

que atenazaban, bajo su yugo, a la Poesía.

Alabado sea el verso libre, ahora y siempre,

porque yo, poeta del siglo XXI,

sin él, no existiría.

Y alabado sea tu nombre,

carnal y sensual Walt Whitman,

voz profética de la auténtica poesía,

poesía del pueblo,

poesía para el pueblo,

poesía que se levanta, altanera,

contra los estúpidos y los violentos.

Poesía de combate,

poesía, siempre, en lucha,

poesía que hace sonar con fuerza

el gong de la rebelión,

poesía que se une a los fugitivos

y a los que traman y conspiran 

en las bulliciosas calles del Harlem neoyorquino,

en las revolucionarias calles de Caracas,

en las frías calles de Estocolmo,

en los calurosos y superpoblados callejones

de la Franja de Gaza,

en tantos y tantos lugares de todo el mundo.

Turbulento y dionisíaco Walt Whitman,

bienaventurado sea,

por los siglos de los siglos,

tu nombre magnífico,

telúrico y adámico,

y tu barba blanca,

inundada de mariposas multicolores y exóticas.

Bendito seas, hermoso bardo de Poumanok,

porque te cantaste a ti mismo,

y con ese canto nos demostraste

que tú y sólo tú eras el centro del poema,

que tú y sólo tú eras el centro del universo,

y nos enseñaste que nada de cuanto existía

era tan importante como tu cuerpo luminoso

raíz de amaranto, hilo de seda, horquilla y vid…

Creo en ti, Walt Whitman,

Padre Todopoderoso de la poesía fraternal,

origen épico del grito desgarrado,

génesis divina del verso contemporáneo,

porque recorriste andando

con tus botas de piel de ciervo

los polvorientos caminos

que atraviesan la tierra americana,

y dormiste a raso en sus verdes praderas,

y empapaste tus ropas humildes

con las gotas de lluvia, con los copos de nieve, 

y oíste en la noche el aullido del coyote. 

Tú, poeta de la vida y del amor.

Tú, que te sabías más grande

que la más grande de las deidades.

Tú, que nos regalaste la palabra nueva.

Tú, que te tumbaste sobre la hierba

sólo para escuchar cómo sonaban

el canto del grillo,

el bronco oleaje del mar,

los redobles de tambor

en el campo de batalla,

la niebla y la tempestad.

Oh, Walt Whitman, padre universal,

poeta de la naturaleza,

poeta de la gran ciudad,

poeta del asfalto y del cheque sin fondo,

poeta del deseo, del orgasmo, del fracaso,

supremo hacedor del verso americano.

Todos te llamamos Walt,

camarada, compañero, amigo, padre, hermano,

y te sentimos carne de nuestra carne,

sangre de nuestra sangre,

alma de nuestra alma.

Todos hemos nacido de ti,

de tu semilla ardiente como lava roja,

de tus palabras complejas y contradictorias,

de tu verso largo,

sin rima, sin métrica, sin reglas,

pletórico de música,

de ritmo, de dulzura, de fuerza, de magia. 

y en ti nos reconocemos, nosotros,

hijos bastardos de tu poesía palpitante.

Yo te admiro, Walt Whitman. 

A ti, que te atreviste a proclamar abiertamente

la necesidad política del arte y del artista. 

A ti, que fuiste hombre y mujer,

granjero y trabajador de fábricas y muelles,

prostituta y presidente,

americano y ciudadano del mundo.

A ti te canto esta noche de estrellas y luciérnagas

porque fuiste valiente

y te bañaste junto a veintiocho muchachos

que se bañaban en la playa

y tu mano invisible acariciaba sus cuerpos

y tu lengua de fuego lamía sus sexos.

¡Tacto ciego, amoroso y combativo!

Tacto preñado de apetito.

Por eso te canto, 

Apolo circunspecto, homosexual y carismático.

a ti, que anhelabas ser un hombre del pueblo,

que pusiste voz a los oprimidos

y preferías mil veces la compañía de tipos rudos

que asistir a fiestas elegantes.

A ti te canto, oh capitán mi capitán,

porque tus labios pronunciaron la palabra libertad,

y me abriste los ojos,

y me enseñaste a mirar todo cuanto me rodea,

y me enseñaste que la hormiga es perfecta

y que una vaca, un ratón, una rana,

una insignificante brizna de hierba veraniega,

un diminuto huevo de zorzal,

son parte fundamental del milagro cotidiano de estar vivos.

Tú, Sócrates de Brooklyn,

poeta del cuerpo, poeta del alma,

te sentiste satisfecho

porque viste y bailaste y reíste y cantaste.

Tú, Walt Whitman,

un americano, un tipo duro, un cosmos,

te pusiste de pie y te arremangaste,

y cuidaste con tus manos milagrosas

al soldado herido en la lucha fratricida

y mojaste sus labios con un paño húmedo

y limpiaste la sangre de su joven rostro

y le diste de comer fruta fresca,

y ayudaste a ser libre al esclavo fugitivo,

aquel que llegó a tu puerta cojeando,

agotado y sediento, y tú le ofreciste cobijo

y lavaste sus pies magullados

y curaste con emplastes sus llagas sangrantes

y limpiaste su piel sudorosa

y le ofreciste una cama cálida y ropa limpia

y se sentó contigo a la mesa

y comió de tu pan y bebió de tu vino.

A ti, pues, pájaro herido,

que atravesaste tu pene con una aguja candente,

te traigo mi poema, y ante tu altar hago mi ofrenda.

Dios todopoderoso del verso moderno,

bárbaro del amor, espíritu libérrimo,

porque tuyos fueron los goces del cielo,

los tormentos del infierno,

porque también yo, como Pablo Neruda,

Toqué una mano y era la mano de Walt Whitman.

Porque también yo, como Hart Crane,

nunca he de soltar mi mano de la tuya, Walt Whitman.

Porque también yo, como León Felipe,

te llamo Walt, Walt, Walt.

Porque también yo, como Ezra Pound,

vuelvo a ti como un niño crecido.

Porque también yo, como Federico García Lorca, te sigo viendo

Anciano hermoso como la niebla.

Porque también yo, como Rubén Darío, te llamo

sacerdote que alienta soplo divino.

Porque también yo, como Allen Ginsberg, quiero saber

¿En qué dirección apunta tu barba esta noche?

Porque también yo, como Fernando Pessoa, te digo que

Soy de los tuyos, tú bien lo sabes, y te comprendo y te amo.

Porque también yo, como Pablo de Rohka, afirmo,

golpeándote la espalda: 

eres NUESTRO hermano, NUESTRO hermano Walt Whitman.

Porque también yo, como José Martí, os propongo:

Oíd a Walt Whitman.

Porque también yo, como Jorge Luis Borges,

os exhorto a que lo gritéis a los cuatro vientos:

Yo fui Walt Whitman.  

 

(Nota: Para escribir este poema, he tomado prestadas imágenes y palabras de Manuel Villar Raso, Pablo Neruda, Hart Crane, León Felipe, Ezra Pound, Federico García Lorca, Rubén Darío, Allen Ginsberg, Fernando Pessoa, Pablo de Rohka, José Martí, Jorge Luis Borges y, por supuesto, del propio Walt Whitman.)
 
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