Bilbao, marzo de 2013 por Pablo Müller |
«Cuenta la historia que existió un poeta más
borracho que el propio aguardiente, tanto que ni dormía, y cuando lo hacía, se
acostaba sobre una cama de clavos para atraer a los espíritus que pueblan sus
poemas.»
Edwin Madrid
Muerde el vaso de aguardiente a quien se acerca
sin permiso de su dueño, fiel el vaso de
aguardiente
que gruñe por lo bajo y enseña la dentadura que
tiembla,
no duerme y esas noches brilla doble bajo las
bombillas
supervivientes, no descansa a la espera de una
palabra
nueva, escondida al pasar de las consabidas.
Muerde el vaso, muerde su sombra oscura,
tocará hueso en alguno de sus mordiscos, llegará
escondido de contradicción o camarero,
preguntará por la sed, por la cuenta, por un taxi,
y dueño de sonrisa ebria asistirá al final
del poema como quien echa el cierre
a la persiana.