Gernika, febrero de 2014 por Pablo Müller |
«…el mar recordó ¡de pronto!
los nombres de todos sus ahogados.»
Federico García Lorca –
Poeta en Nueva York
El día de su muerte recordó
el conductor
del coche fúnebre el nombre
de todos
sus pasajeros — el pan de sus manos, la sal
para los
meses y su luna —,
la mujer cajera
del
supermercado: queso fresco, alubias, una bombilla,
tenía un
hijo que se llamaba Jon, y era sábado,
el hombre
viejo en la fila, pollo, chorizo, patatas, cerveza,
tenía un
hijo de nombre Andrés, y era sábado,
— no dormía
desde el amanecer de abril, limpiaba iglesias —,
el hombre
viejo tiene una puerta de madera
que suena
al abrirla al padre muerto:, — llega del taller de rodamientos —,
y golpea el
rostro a las bienvenidas.
Ay de los barcos que se llevan a los niños camino de
la nueva guerra y dejan a cambio carbón para la forja de las armas…
Ay del soldado que marcha en bicicleta por las calles
abiertas del insomnio, sin más hijos que la boca de la mina de donde salen los
viejos sin lástima, sin el brazo izquierdo de la dinamita…
Ay del hermano grande que se sube a los barcos para
atravesar el océano de la noche y en el agua el espesor del tiempo detiene el
viaje,
el frío
saludo de la tierra nueva
En la esquina de la avenida alguien escribe los
versos en las aceras que pisas, hermano, recién limpias la sangre del
desahuciado,
Ay de la sepultura donde gusano es antes que ceniza,
donde bacteria es antes que osamenta y de las flores que de boca a boca avanzan
domingos a martes, porque esta música es el baile de los bombardeos, de los
abriles y los lunes, en los puestos apretados de la plaza del mercado
— en este
barro de memoria que se seca al calor de las monedas —
— y otro
silencio para la madre muerta —
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