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El Abra del puerto de Bilbao , enero de 2012 por Pablo Müller |
Esta tarde en la ciudad «huele a silencio cada ser»
al cruzarse. Y aunque estaba el cielo despejado, «la lluvia no tiene sal de
lágrimas». En esta ciudad llueve aun cuando no lo hace.
A la faena le salen los trenes de cercanías y las
naves industriales. Desde tan lejos alguien a nuestro lado dijo: «Ayer
latía por si mismo el campo» y era verdad.
Claudio Rodríguez dijo, en unos versos, que las
estrellas son clavos de hierro candente que sujetan la noche, evitando se desmorone
sobre el mundo. Hoy sábado, dieciocho, febrero, 2012, el hierro se ha enfriado
y la noche se arruinará, poco a poco, sobre nosotros, del mismo modo que
cerraron las acerías, atracaron los mercantes y la pobreza salió al carnaval
disfrazada de botella sin borracho al que asirse.
Un arado de río entra en el abril de la casa. Una hora de lumbre
sale en la labor de las estrellas. Puedo leer el poema Al
fuego del hogar una noche de enero, cincuenta y cinco años
después de ser escrito esa misma noche de enero. En invierno el abrigo se queda
corto y no hay dinero para comprar castañas.
«canta y canta. Tú, nunca
digas por estas tierras
que hay poco amor y mucho miedo siempre.”»
«El tiempo está entre tus manos» y el odio tiene esqueleto, el papel, la calle y el
viento que huele a lluvia son los huesos de la mano.
Has cerrado la puerta, apagado las luces y la mirada
se quedó dentro, como el calor y algo de polvo entre los libros.
La ropa blanca en el cajón de la cómoda del
dormitorio, no la reconoces.
«Tú, luz,
nunca serena,
¿me vas a
dar serenidad ahora? »
La luz se entrega y se hace oscuro,
el mar se entrega y llega el hambre,
el viento se entrega y cae la lluvia.
La luz junto al mar es la verdad:
el brillo del pescado en el puerto,
«y la ceniza de la cobardía, »