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Rafael Calero Palma en Voces del Extremo 2015, por Pablo Müller
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Padre Walt Whitman,
que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre,
déjanos entrar en tu Reino
de la espiga, del
dondiego, de la lila.
Bienaventurado seas por
siempre,
viejo y hermoso Walt
Whitman,
por habernos dejado en
herencia el verso libre.
Bendigo el día, la hora,
el minuto
en el que se te ocurrió,
tenaz Walt Whitman,
romper las reglas
absurdas,
que atenazaban, bajo su
yugo, a la Poesía.
Alabado sea el verso
libre, ahora y siempre,
porque yo, poeta del siglo
XXI,
sin él, no existiría.
Y alabado sea tu nombre,
carnal y sensual Walt Whitman,
voz profética de la
auténtica poesía,
poesía del pueblo,
poesía para el pueblo,
poesía que se levanta,
altanera,
contra los estúpidos y los
violentos.
Poesía de combate,
poesía, siempre, en lucha,
poesía que hace sonar con fuerza
el gong de la rebelión,
poesía que se une a los fugitivos
y a los que traman y conspiran
en las bulliciosas calles
del Harlem neoyorquino,
en las revolucionarias
calles de Caracas,
en las frías calles de
Estocolmo,
en los calurosos y
superpoblados callejones
de la Franja de Gaza,
en tantos y tantos lugares
de todo el mundo.
Turbulento y dionisíaco
Walt Whitman,
bienaventurado sea,
por los siglos de los
siglos,
tu nombre magnífico,
telúrico y adámico,
y tu barba blanca,
inundada de mariposas
multicolores y exóticas.
Bendito seas, hermoso
bardo de Poumanok,
porque te cantaste a ti
mismo,
y con ese canto nos
demostraste
que tú y sólo tú eras el
centro del poema,
que tú y sólo tú eras el
centro del universo,
y nos enseñaste que nada
de cuanto existía
era tan importante como tu
cuerpo luminoso
raíz de amaranto, hilo de seda, horquilla y vid…
Creo en ti, Walt Whitman,
Padre Todopoderoso de la
poesía fraternal,
origen épico del grito
desgarrado,
génesis divina del verso
contemporáneo,
porque recorriste andando
con tus botas de piel de
ciervo
los polvorientos caminos
que atraviesan la tierra
americana,
y dormiste a raso en sus
verdes praderas,
y empapaste tus ropas
humildes
con las gotas de lluvia,
con los copos de nieve,
y oíste en la noche el
aullido del coyote.
Tú, poeta de la vida y del
amor.
Tú, que te sabías más
grande
que la más grande de las
deidades.
Tú, que nos regalaste la
palabra nueva.
Tú, que te tumbaste sobre
la hierba
sólo para escuchar cómo
sonaban
el canto del grillo,
el bronco oleaje del mar,
los redobles de tambor
en el campo de batalla,
la niebla y la tempestad.
Oh, Walt Whitman, padre universal,
poeta de la naturaleza,
poeta de la gran ciudad,
poeta del asfalto y del
cheque sin fondo,
poeta del deseo, del
orgasmo, del fracaso,
supremo hacedor del verso
americano.
Todos te llamamos Walt,
camarada, compañero,
amigo, padre, hermano,
y te sentimos carne de
nuestra carne,
sangre de nuestra sangre,
alma de nuestra alma.
Todos hemos nacido de ti,
de tu semilla ardiente
como lava roja,
de tus palabras complejas
y contradictorias,
de tu verso largo,
sin rima, sin métrica, sin
reglas,
pletórico de música,
de ritmo, de dulzura, de
fuerza, de magia.
y en ti nos reconocemos,
nosotros,
hijos bastardos de tu
poesía palpitante.
Yo te admiro, Walt
Whitman.
A ti, que te atreviste a proclamar abiertamente
la necesidad política del arte y del artista.
A ti, que fuiste hombre y mujer,
granjero y trabajador de fábricas y muelles,
prostituta y presidente,
americano y ciudadano del mundo.
A ti te canto esta noche
de estrellas y luciérnagas
porque fuiste valiente
y te bañaste junto a veintiocho muchachos
que se bañaban en la playa
y tu mano invisible
acariciaba sus cuerpos
y tu lengua de fuego lamía
sus sexos.
¡Tacto ciego, amoroso y combativo!
Tacto preñado de apetito.
Por eso te canto,
Apolo circunspecto,
homosexual y carismático.
a ti, que anhelabas ser un
hombre del pueblo,
que pusiste voz a los
oprimidos
y preferías mil veces la
compañía de tipos rudos
que asistir a fiestas
elegantes.
A ti te canto, oh capitán
mi capitán,
porque tus labios
pronunciaron la palabra libertad,
y me abriste los ojos,
y me enseñaste a mirar
todo cuanto me rodea,
y me enseñaste que la
hormiga es perfecta
y que una vaca, un ratón,
una rana,
una insignificante brizna
de hierba veraniega,
un diminuto huevo de
zorzal,
son parte fundamental del
milagro cotidiano de estar vivos.
Tú, Sócrates de Brooklyn,
poeta del cuerpo, poeta
del alma,
te sentiste satisfecho
porque viste y bailaste y
reíste y cantaste.
Tú, Walt Whitman,
un americano, un tipo duro, un cosmos,
te pusiste de pie y te
arremangaste,
y cuidaste con tus manos
milagrosas
al soldado herido en la
lucha fratricida
y mojaste sus labios con
un paño húmedo
y limpiaste la sangre de
su joven rostro
y le diste de comer fruta
fresca,
y ayudaste a ser libre al
esclavo fugitivo,
aquel que llegó a tu
puerta cojeando,
agotado y sediento, y tú
le ofreciste cobijo
y lavaste sus pies
magullados
y curaste con emplastes
sus llagas sangrantes
y limpiaste su piel
sudorosa
y le ofreciste una cama
cálida y ropa limpia
y se sentó contigo a la
mesa
y comió de tu pan y bebió
de tu vino.
A ti, pues, pájaro herido,
que atravesaste tu pene
con una aguja candente,
te traigo mi poema, y ante
tu altar hago mi ofrenda.
Dios todopoderoso del
verso moderno,
bárbaro del amor, espíritu
libérrimo,
porque tuyos fueron los
goces del cielo,
los tormentos del
infierno,
porque también yo, como
Pablo Neruda,
Toqué una mano y era la mano de Walt Whitman.
Porque también yo, como
Hart Crane,
nunca he de soltar mi mano de la tuya, Walt Whitman.
Porque también yo, como
León Felipe,
te llamo Walt, Walt, Walt.
Porque también yo, como
Ezra Pound,
vuelvo a ti como un niño crecido.
Porque también yo, como
Federico García Lorca, te sigo viendo
Anciano hermoso como la niebla.
Porque también yo, como
Rubén Darío, te llamo
sacerdote que alienta soplo divino.
Porque también yo, como
Allen Ginsberg, quiero saber
¿En qué dirección apunta tu barba esta noche?
Porque también yo, como
Fernando Pessoa, te digo que
Soy de los tuyos, tú bien lo sabes, y te comprendo y te amo.
Porque también yo, como
Pablo de Rohka, afirmo,
golpeándote la
espalda:
eres NUESTRO hermano,
NUESTRO hermano Walt Whitman.
Porque también yo, como
José Martí, os propongo:
Oíd a Walt Whitman.
Porque también yo, como
Jorge Luis Borges,
os exhorto a que lo
gritéis a los cuatro vientos:
Yo fui Walt Whitman.
(Nota: Para escribir este
poema, he tomado prestadas imágenes y palabras de Manuel Villar Raso, Pablo
Neruda, Hart Crane, León Felipe, Ezra Pound, Federico García Lorca, Rubén
Darío, Allen Ginsberg, Fernando Pessoa, Pablo de Rohka, José Martí, Jorge Luis
Borges y, por supuesto, del propio Walt Whitman.)
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