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Foto de escuela, hacia 1940 del archivo de Pablo Müller
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En el mal sueño de Pablo Müller
su padre y a su madre están frente a él,
con las miradas juntas
en su mismo semblante.
Pablo Müller sólo mira a su padre
y las voces de todas las mujeres le reclaman
la mirada de su madre, llena de ruego,
en la súplica de la ayuda,
una mirada que descansa en el desierto de la ceguera:
es de noche.
Pablo Müller cree que duerme,
pero en el mal sueño de Pablo Müller
se alivian las palabras de leche caliente y sal,
las palabras de vinagre y amanecer,
porque, en la familia de Pablo Müller,
la mujer se levanta siempre
antes que el hombre.
Pablo Müller no puede mover su vista,
enquistada en la rabia y en el desafío,
ocupada en hacer crecer la ira y el abismo,
roturando la tierra de la herencia
así el rencor encuentre su sitio,
y las mujeres gritan,
ahora con el viento que seca las sábanas,
ahora con la lluvia que moja la ropa lavada,
ahora con la sangre de las aves muertas,
ahora con el fuego de la leña y la congoja.
No queda sitio para mirar a la madre
mientras dure la pelea con el padre.
En el mal sueño de Pablo Müller,
el padre se marcha con su estela de carcajadas,
la madre cae con la palabra ayuda en la boca,
rompiéndose los dientes con las sílabas que siempre sobran
y Pablo Müller le da la espalda
para buscar los argumentos de su rabia,
ahí depositados, desde el principio,
sin sacar de su envoltorio,
porque la mirada es muda como los niños asustados.
En el murmullo del mal sueño de Pablo Müller, se oye: «madre, aquí tengo mi dolor y mi jornada,
padre dice que no tengo permiso para mirarte,
que soy pequeño,
que antes debe golpearme una vez más».
Algunos días no despierta abrazado de temor.