Alambrada protegiendo la fábrica, en mayo de 2012 por Pablo Müller
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Venimos a este mundo
para aprender dos cosas.
Amar
y morir.
No es que el resto carezca de importancia
pero saber distinguir es importante.
Jorge Riechmann
Hay quien, un día, junto a una cerveza,
en el bar de la esquina, reconoce,
sin bajar la mirada, que ha poseído esclavos,
voluntarios, eso sí, como de voluntaria
es el hambre, la enfermedad o el miedo
— lo conoce Pablo Müller…
Hay quien, una tarde, junto a un café,
confiesa ser anarcocapitalista,
fracción acción directa, y te pasa su enlace
como quien pasa la dosis correcta
y necesaria para el delirio nocturno:
“la única solidaridad posible sólo surge sumando el egoísmo de cada individuo”
— lo conocemos…
Hay quien, una madrugada, tras el quebrado
combate contra la soledad y la renuncia,
refugiados en callejuelas instaladas al efecto,
anuncia que te ama,
anuncia que la jaula está abierta
y que nadie la abandona
— lo conoces…
Antes uno de los míos tuvo esclavos,
otro lo fue,
uno de los míos acumuló lo ajeno,
otro padeció su falta,
antes uno de los míos amó,
otro fue amado:
todos ellos lo compartieron:
desmañado amor, manso, amor torpe
— lo conozo…
Antes uno de los míos habló con sus muertos,
los míos, otro perdió la costumbre de escucharlos,
escucharnos: somos lo que su amor fue,
como los enemigos que tenemos dentro,
que son nosotros.
— ¿lo conocemos?
Teléfonosbasura: el fín del dialogo social en mayo de 2012 por Pablo Müller
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