lunes, 11 de junio de 2018

SEIS POEMAS DE EL ESPEJO DISCRETO DE ANA PÉREZ CAÑAMARES




A mi madre le enseñaron
el más triste aprendizaje:
sentirse culpable
de su alegría.

Con su letra esforzada
ella copiaba las penas
diez veces, cien veces, mil.
La risa era un borrón
en el cuaderno-

Madre, en este caso honrarte
será desaprenderte:
cantaré siempre a dos veces.


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Hay una fila de mujeres detrás de mí
y miro la nuca de la mujer que me sucede.

No estamos haciendo la cola del pan.
No vamos a coger un tren hacia alguna parte.

No estamos calladas, aunque no hablemos.
No olvidamos, aunque miremos al frente.

No somos un desfile ni una procesión.
No asentimos, no negamos, no lloramos.

No ahora, cuando tenemos una edad
para ser nuestras madres al fín.

Ahora estamos celebrando que hay
una mujer delante y otra detrás.


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Que la soledad del escritor, dicen.
Pero me siento a escribir
y vienen sin que los llame
mi abuela ciega, mi tía suicida
david bowie y un niño ahogado
cientos de manifestantes
amapolas de cuneta
el perro que soñé de niña
y varias contracturas no sé de qué espalda.

Y luego están los lectores
que un día abrirán el libro
comprado, regalado, de biblioteca
en el metro, en el baño, en el sofá
un día laborable o uno de agosto
bajo total silencio y a la sombra
a hurtadillas con fondo de autopista
indignados, alegres, deprimidos
o infelices con ganas de evasión.

Si sumamos a todos uno a uno
no es tal la soledad del escritor.
Para estar sola ni leo ni escribo.
Para estar sola salgo a caminar
y pido a los árboles que me ignoren.

Pero ellos me susurran a mi paso:
eh, tú, vas a escuchar nuestro poema.
Tradúcelo a tu lengua si te gusta.
Te conocemos: no dirás que no.


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Para David Trashumante


Ni este poema ni ningún otro
evitará el trayecto de la bala
hasta el corazón del hombre.

Los versos llegarán discretos a la escena
unos volverán la cara hacia el muerto
otros se enfrentarán al asesino.

Así equidistantes a las dos partes
dirán de qué lado partió la bala
de qué lado se derramó la sangre.

Y si este poema tiene agujeros
quien lo encontró deberá completarlo
con las palabras que resultaron heridas.


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En la orilla del tiempo he acabado
como un náufrago. Pero ay la belleza
de los peñascos que fueron escollos
de las tribus que me miran incrédulas
de los reflejos que me hechizan aún.
Los tesoros que vomitan los barcos
cuya capitana creí ser un día.
La desnudez que irá vistiendo
de eterna reina de nada y nadie.


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Cada pobreza y cada riqueza
se cuentan en su moneda.

Porque cinco son los dedos
del recién nacido y nunca
hubo cinco tan completo.

Porque no hay lotería ni paga extra
que compre un viaje en el tiempo
al regazo donde fui una.

Porque una vez fui rica:
cuando bailó en el bolsillo
la paga de los domingos.

Cada pobreza y cada riqueza
se cuentan en su moneda.

Porque en la calle sucede la luz
y en las fábricas de madrugada
siempre se tasa barato.

Porque diez acaparan las portadas
mientras miles se hacinan
en columnas de sucesos.

Porque quién sabe nadie a cuánto sale
el quilo de pancarta pisoteada
ni cuánto cotiza la dignidad.

Cada pobreza y cada riqueza
se cuentan en su moneda.

Porque nadie le dice al consejero
que su cartera costó la paciencia
de una vaca y la fortuna del prado.

Porque nada me pide el lirio a cambio
de su milagro violeta ni el perro
reclamará un sueldo por su saludo.

Porque antes de escribir el poema
hay que honrar la memoria de los árboles
y calcular el precio del papel.

Cada pobreza y cada riqueza
se cuentan en su moneda.

Y la poesía no vale tanto
como el valor del hombre que madruga
para ayudar a parar un desahucio.


Ana Pérez Cañamares
El espejo discreto

Pre-textos, poesía



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