sábado, 14 de octubre de 2023

UN POEMA DE MARÍA ALCANTARILLA EN INTRODUCCIÓN AL LÍMITE

 


 

1

 

No puedo seguir siendo un mero intruso

ni quiero que el azar venga de paso

y rocíe el borde esta sábana doblez y territorio

y me obligue a creer que estoy despierto.

 

Hay cierta extranjería que nos pudre

como un sueño apenas esbozado

de calles y de tiendas y de gente que saluda

al hombre que una vez fue tu suplente.

 

Yo paseo la vida con ojos de alquitrán y miro fuera

y me encuentro cansado, en las terrazas llenas de colillas,

de pájaros que vuelven a buscar en la basura

con un pico de luz que han olvidado.

 

Yo paseo canales y entro en zonas de sed y nicotina,

aprieto las palabras como un perro que envuelve su certeza

mientras huele un destino pertrechado para otro

como un rastro de humo donde viese su futuro.

 

Incluso a media voz, suena el silencio,

el vacío de aquellos donde hablar no consiste en entenderse

y camino sin rumbo, con el mismo rubor de quien no sabe

mirar hacia otro lado, ver que todo lo dicho es invisible.

 

El olor a carmín de esas mujeres, cansadas, medio vivas,

que se acercan a mí como a un lisiado

y me rozan la piel mientras escapan,

es el mismo recelo de hace daños.

 

Por eso está el fracaso en cada esquina,

colgado en los alambres donde el frío avienta en las heridas

su fulgor de nieve y, en la sangre,

reescribe otra verdad para que todo vuelva a ser oscuro.

 

En paz no puede estar quien se extravía,

quien, enfermo, recuerda cada noche

que no hay sombra capaz de devolverlo,

ilusión que parezca estar más cerca.

 

No puedo seguir siendo un hombre sano

tras esta dentadura donde se pudre el verbo

y es tan blanca la ausencia como el pecho que madre me ofrecía

y tan sucia mi boca como un escaparate hacia la noche.

 

Para no despertar, gravito solo,

acepta este dolor que me acompaña lentísimo, exigente,

dichoso por tener a quien mecer

como un huérfano besa un relicario.

 

Allá lejos aún siguen, intactos los recuerdos

cuya imagen es todo cuanto puedo saldar desde mi cama

como un bálsamo más para mostrarme el hueco de salida.

 

La justa certidumbre es esa ave que ahora sobrevuela este tejado

y es capaz de callar a las tormentas con su plumaje sucio.

El cielo es certidumbre y su crujir volcado hacia la tierra,

el dolor de hoy que me reclama, vivo como ayer, y me retuerce.

 

 

 

María Alcantarilla

Introducción al limite

 

Editorial Vandalia


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