miércoles, 26 de mayo de 2021

PETROGRADO OCTUBRE 2017 UN POEMA DE CRISTIÁN GÓMEZ OLIVARES

 

 

 

 

PETROGRADO, OCTUBRE 2017

 

 

 

La modernidad es un hoyo excavado en la tierra.

Perdón, pero tengo ganas de seguir escribiendo.

Cada vez que llueve estoy en otra ciudad. El metro

de Moscú es el único que ha sobrevivido a una guerra

con las mismas armas con que lo hicieran sus soldados.

 

La mujer que se acerca a la ventana para que los agentes la vigilen

también los está vigilando. El Alzheimer es una forma de autocensura.

Una conversación sobre poesía con el inspector municipal

puede significar el fin de la revolución. Nuestra

 

única alternativa es elegir entre los meseros y los garzones.

Los separatistas chechenos se pasean por los centros comerciales

cargando en sus mochilas el peso de la historia.

 

Los retablos de madera que cuelgan de la catedral de San Basilio

tenían como función bendecir la gran empresa patria

de Iván el Terrible contra los kazajos.

 

Las fotografías de Rodchenko tenían la función de bendecir

la gran empresa patria en contra del ejército blanco

y sus esbirros.

 

Las sinfonías de Shostakovic la de bendecir la gran empresa patria

de Iosif Stalin en contra de los nazis.

 

Recién hicimos el amor como quien visita las guaneras

antes de que estalle la guerra entre los países

 

que dicen ser sus dueños: doscientos años después

los espejos se niegan a entregar la imagen que

 

los invitados tenían de ellos mismos.

Cada palacio es una noche (ese

 

verso refleja la influencia del objetivismo.

 

Las ratas que abundan en nuestro país de origen

aquí son símbolos de mal agüero. Mi mujer

 

todavía está desnuda, pero la próxima guerra del salitre

se peleará con piedras y palos, la fiebre tiene mucho

 

que decir a la hora de interpretar la lluvia que cae al final

de este verso, guardaba en los cajones de su escritorio

 

libros de las ciudades que admiraba y fotografías de los poetas

que habían escrito sobre ellas, los hojeaba muchos años después

 

cuando también le tocara escribir sobre las mismas

sin que nadie lo fotografiase por sus calles. A veces le llegaban

 

cartas de los que antes las habían visitado. También desde

su ciudad, de aquellos que todavía querían visitarlas.

 

Entre unos y otros median setenta años, miles de millones

de muertos y los archivos donde se le acusa de vagancia,

 

de empuñar un arma cargada de futuro y esgrimirla

en uno de esos duelos que los poetas rusos tienen prohibidos.

 

Ninguna bandera blanca podría reemplazar la nieve.

 

Ese verso refleja la influencia de haber venido a San Petersburgo.

 

De no haber pisado nunca las calles de Leningrado.

 

 

 

Cristián Gómez Olivares

El hombre de acero

 

Ediciones Liliputienses


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