miércoles, 26 de febrero de 2020

CUATRO POEMAS DE LA MADERA QUE ARDE DE MARIANO CALVO HAYA




El infierno es un lugar sin pájaros


El humilde gorrión pajarea entre las hojas del naranjo
mientras a su vera vaga un mosquitero entre mosquitos
a los que el tiempo y la experiencia aún no les advirtió
de que son, precisamente, el plato de la cena.
Una banda de estorninos se reúne en el cable
poco antes de pintar sobre el aire la más hermosa nube
que los siglos y los mortales jamás vieron; y en lo alto
merodea la sombra vigilante del milano negro,
alas extendidas que aprovechan la tregua de los cierzos.
Carboneros, reyezuelos, verderones, abubillas,
colirrojos, currucas, buitrones y zarceros
acompañan con ausencia la memoria del abuelo,
un viejo huyendo, casi adolescente, por el monte
en los tiempos azarosos de la guerra.
Un colorín le silba en el oído que el infierno entonces
no era otra cosa que un cielo pálido y sin ellos.



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Los ojos de las ballenas


La playa es larga como un desierto al lado del mar,
solitaria como el vocablo que nos nombra
cuando estamos lejos de todo silencio conocido.

Bajamos por las laderas de arena
hacia el límite de las olas que se agotan,
percibiendo solo el rumor de espuma que forma el agua.

Ellas están allí,
como enormes heraldos de otro mundo,
atentas unas veces a lo que queda de su vida
y otras al ataque sanguinario de las gaviotas cocineras.

A veces juegan
y se hunden en territorios vedados a los hombres.
Lejos de nuestra mirada.
Se diría que desafían, ásperas y orgullosas,
la insulsa pequeñez
con que pretendemos dominarlas.

Otras, nos advierten, desde el surtidor de sus pulmones,
de que hay todo un vertiginoso universo que nos separa.

Apenas nos atrevemos a romper la distancia.
Observamos desde lejos.
Pero son ellas, por fin, con su sonrisa de cabriolas
y sus ojos impenetrables, profundos como abismos,
las que se orillan por un rato
para contemplarnos, burlonas, a nosotros.



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La lluvia

Solamente suena el golpeteo de la lluvia en los charcos,
definiendo por unos segundos esos círculos concéntricos
tan etéreos como las consiguientes burbujas.
Mirar al cielo no es una opción en estos casos
porque no hay más que hinchadas barrigas de nube
y proyectiles de agua que atentan directamente
y con fervor de entomólogo contra los ojos.
Por tanto el caminante sorprendido, entre viento y agua,
observa solo la imperfecta conjunción de sus pasos,
doblada la cerviz y apresurada la marcha.
Si supiera adónde va, cuál es su camino,
todo sería más sencillo. Pero no hay refugio para la soledad
ni para el destierro cuando llueve pesadumbre
y el mar es un dolor inexplorado.
Al final puede más el mar, el tiempo,
el olvido, el silencio. La infranqueable renuncia
que anuda los despojos al paisaje.



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Paseo con perro

No me pregunten cómo, pero él sabe.
Sabe cuáles son los indicios que me mueven.
Durante unos instantes, en su mirada
se dibuja una señal de alerta,
una dulce interrogación de silencio,
que tenuemente se va difuminando,
mientras cobra rastros con la pericia cazadora
de quien prestó la atención debida
a la ciencia de sus abuelos.
Si me pongo una chaqueta ladea la cabeza,
si tomo una mochila su nariz
se sitúa al nivel de las baldosas,
si me calzo unas u otras botas
la cola se transforma en un banderín de mensajes,
como si las costumbres fueran signos
que cerraran en su entendimiento
mis posibles y livianas decisiones.
Él sabe, pero confirma lo que intuye
cuando se acerca dignamente
y olisquea la tierra adherida
en las suelas de mis zapatos.
Si la tierra hiede a rutina y desamparo
o a triste patria de hombres grises,
él se aleja con la misma malherida gravedad
con la que yo me marcho a mis asuntos.
Pero, ay, si él husmea la hierba fresca,
el torrente de la nieve o una nube en el calzado,
o, quizá, los restos olvidados de la última galerna,
entonces él ya sabe que es la hora y lo celebra,
saltos y gemidos que son risas y promesas.
Y nos vamos raudos, porque él sabe
que al otro lado de la puerta y para nosotros
hay aventuras, mares de hielo,
bosques oscuros e infinitas estepas.



Mariano Calvo Haya
La madera que arde

Eolas Ediciones


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