Las manchas del tizón al llegar a casa. Cuando
anduvo entre los trigos, satisfecho
de su altura y del grano, pues
no estaban espesos, los ojos
se cumplían. También el ciclo. Recuerda
ahora que lo acompañaba un blues
de Bessie Smith porque su poso
de tristeza ―y antes fue plenitud
que no esperara― lo retiene. El que contempla,
estima, pero ignora lo que aguarda. Doy
por seguro que son los días vulnerables
de nuevo, procuro mantenerme
a distancia y lo abandono sin piedad
mientras estriega los vaqueros, la herida.
―DETERGENTE―
En la fisura entre estas dos
palabras está el poema.
―JUNTURA―
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XXII
Toda palabra es síntoma de carencia
y aun la carencia misma de aquel
que reconstruye el horizonte con ecos
que se van alejando al acercarse. Se alejan.
Es un desasosiego, una penuria y es la noche
donde calla, paciente, como quien remienda
redes de espuma y se pierde en la arena. Es
oquedad que tuvo, que ardía
al viento entre presagios, de raíz. Se aleja.
Las olas cumplen su festín sin tregua,
irremediablemente perdurables para todo lo muerto
mientras sigo la huellas, cada vez más estigma,
con la tenacidad de un perdiguero. Me borran.
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XI
Es al pulir de brisa las imágenes que enfosqué
con paja y barro cuando asumo la locura
del buril. Y converso más estricto.
Es la red del susurro, liberarme
en los sueños semillas, que se ofrecen, y no
las paletadas que cerraron en falso, fuera
por ocultar el rostro sin estirpe
de la arena. Respiran formas entrevistas,
los mensajes que huyeron de los ojos
y sin embargo se instalaron en el arrastre
de la boca, estertor de las heridas.
Fermín Herrero
Alrededores
Fundación Jorge Guillen
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