«Sólo el ángel de la guarda»
dice la mujer que duerme sola.
La ve marcharse
manos firmes, frágiles pies sobre los adoquines.
Y piensa: es breve la distancia entre la duda
y la resignación.
Corto el tiempo entre el deseo
y la huida.
No así ella.
La que cuida cada paso de regreso
al refugio.
Donde habitadas sombras, ruidosas
cañerías, espejos arrumbados
y el lujo insospechado
de un balcón con vistas.
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Un día te detienes
y escuchas esa voz.
Eso era todo.
Descargas el corazón sobre la mesa
y hacer un nudo con tus manos.
De ahora en adelante
imaginas
un nido de luz
en un pozo de sombras.
Un niño burlándose de ti
desde una foto antigua.
Ángeles sin nombre
invitados a la mesa del domingo.
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De la niebla recuerdo
su misterioso abrazo
el miedo a no reconocerme
a amanecer desnuda
sin idioma.
Angélica Tanarro
Lo que (no) sé de las palabras
Poesía Cálamo
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