III
Días,
semanas, la arena de un desierto sin oírte.
Ni
titanio, ni acero, ni piedra, no hay nada
más
denso, más impenetrable que este muro
de
silencio,
de
silencio, de cóncavo silencio, de estambres
fecundados,
de zurcidos de espera, de cantos
inoculados
en las
venas, las nuestras, ahora en dique seco.
Espántame
esta muerte,
di
algo, aunque sea en sueños.
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Es curioso
entre
los efectos secundarios del virus
nadie habla
de la ciclotimia de las emociones
de
estas risas adolescentes que termina estallando como
supernovas
o de la
dentellada de pánico azul a que te me mueras.
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Tiene tiempo la sangre
de
tejer su red negruna
en el
tiempo de los sueños.
Pequeños
insectos inoculados avanzan
al hilo
de venas y noche
dibujan
racimos de enanas rojas visibles
al alba
bajo la dermis.
Mi
brazo izquierdo es una constelación
de nano
quejidos, jotas, íes, muy juntas
un
archipiélago que luego se desdibuja.
El día y
su oleaje circundan
la
insólita mirada
cuando
calla el mundo.
Creo
que es él, herido, el que
gana mi
piel, un faro, un bosque, un hálito…
advertencias
mirocondriales
bajo
mis uñas.
Me
araño, luego existo,
el
dolor necesario entre sueños
para
recordar que esta pesadilla
es.
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¿Ves este temblor? ¿ves
la cañada y los espinos?¿oyes
cómo se apodera de mi pecho?
Remueve
la leche, que hierva, no bebas agua del pozo
después de comer ciruelas.
De
niños explotábamos con la yema de los dedos la viruela
del calor en el asfalto.
Tina no
podía para de reír y se hizo pis encima del burro.
Por la
noche el mejor escondite era la cruz de piedra de la
iglesia.
La mica
del suelo infectando la herida.
Nadie
quiso comer el cabritillo, porque faltaba aquel con
el que jugábamos en el corral.
¿ves
este temblor?
Todo
aquel afuera, aquél compás de nidos, pozos y picaduras
le están marcando aquí dentro a la muerte.
Aurora
Vélez
Intramuros
précédé de Deux rives
Edición
bilingue
La
rumeur libre editions