8
No volveré a llamar a un árbol árbol;
lo llamaré cerezo, almendro, puno,
enebro, roble, encina.
Si el destino de un hombre
está en su nombre, ningún árbol se llama solo árbol
sin partirse.
O buscaré el que solo sea un árbol.
Ni sauce ni eucalipto,
solo un árbol que acepte con mi fuego consumirse
sin nadie que lo sepa ni lo añore.
Una madera anónima
que ardiera en una anónima fogata
y fuera anónima ceniza que el viento esparce.
Ni limonero ni magnolio
ni higuera ni arce ni raúl,
solo un árbol sin fin que nadie llore.
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28
Un silencio menor, de humilde hierba
creciendo en tierra de gigantes...
¿quién haría entonces daño a quién?
¡Ojalá no pisaran esa hierba!
El guardián piensa
en un arco tensado y en un ciervo
que pasa distraído por la hierba y el olvido.
¡Ojalá no pisaran lo soñado!
Pero el ciervo
no elige dónde pisa
ni el guardián la madera de su arco
ni la presa la sangre del charco que se ensancha
en esa hierba y lo refleja.
La muerte se disputa con la prisa
qué salva de su víctima
o qué deja.
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38
Los gorriones se mueren cada día
de un giro inesperado.
A veces uno pasa junto a mí
y entonces soy su casa,
donde no morirá mientras lo miro.
No los matan:
se mueren los gorriones, de inocentes,
de grises, de aire extraño.
Se mueren, como yo,
de ser gorriones.
Pero también se salvan por lo mismo.
(Lo que no puede levantar un hombre
a veces lo levanta un niño).
Ved ahora el gorrión volando
y dadle nombre
y agua para saciar la misma sed
y pan para salvarse de lo mismo.
Raúl Nieto de la Torre
El retrato del uranio
Epílogo de Elvire Gomez-Vidal Bernard
Cuadernos de la Errantía
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