Anciana confitada
Se levanta la anciana a su colmenada
soledad, a subrayar con la bata lenta
lo tan final. Pasillesca. Su cuerpo hermoso
ha perdido el aún, lodo puro que inaugura
la verdad sobre la ternura. Pero nadie
la está mirando. Se levanta y le crujen las noticias,
le astillan las ausencias de quienes hacen
meramente su vida; centro en los hijos, dioses continuos
que ahora llaman águilas por lo de vez en cuando
y a ratos, siente, por la rapacería...
Se levanta y para qué se levanta y
hacia dónde. Se refugia mejor en la épica
del cuerpo; llegar a los pies, cerrar la cafetera,
sostén al sostén.
Hay un final que se abalanza, y nada
que ver con las olas, una niña que persiste
y ni un fonema en común con su muerte. Se
levanta y a estas alturas, dice, debe encima enmascararse.
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ELLA DUERME, CURVA EL AIRE DE LA ESTANCIA CON LA CADERA,
[EL ALIENTO.
No sabe que se viene este rayo principiado de pupila,
mi deseo, que nace de la tierra del ojo que convoca
entre sus muslos todas las veces anteriores
y todos lo genitales pues así se llama
el alavez del amor y su línea de ti temporal. Sabe
a moras, peto vaquero y seis años partidos
como un pan de madera en la mano.
Cenicientamente debería esperar a que regreses del sueño.
Cuando somos árbol nos sorprende el olor a leña que arde.
Cuando una baja a recoger cenizas recibe la insolencia del brote.
Julieta Valero
No obstantísimas
Vaso Roto
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