(los ordenadores
han hecho / de la tierra un firmamento inverso / y desde arriba las pantallas
simulan / estrellas / si se apagaran entonces tendríamos / que reaprender la
oscuridad / del frente a frente / sin paneles de por medio / sin muros de berlín
con que choquen las miradas / reaprender las palabras a los ojos / los amores
sin teclado / las luces —ahora sí— de la vida de los otros)
Habíamos
olvidado sin embargo 
que la
realidad en las ciudades 
era
algo inestable.
Cambiaba
con el sol, con el ruido, 
con los
motores.
Cada día
era abrirse a un mundo nuevo.
Las pantallas
nos habían encerrado 
y salir
al miedo no era 
recomendable.
Recuerdo
la época en que 
podrían
romperse las ventanas 
y los
cristales se vertían 
por las
comisuras de los marcos.
Eran los
tiempos en que nos mirábamos 
como se
miran dos muebles en celo; 
la
textura de tu piel se convirtió 
después
en un
brillo de pantalla.
Los ordenadores
—seres
inmortales— 
se habían
adueñado 
de
todo, 
y romper
los teclados 
solamente
significaba 
acelerar
el proceso 
de
venganza.
Laura
Villar Gómez
La
ciudad
Ediciones
Liliputienses

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