En las heridas quedan
dientes
de hormigón, suspendidos en el aire
y en el
tiempo, engarzados
por
cables retorcidos, sujetos al doble techo del hangar
pese a
todo y por milagro.
Las
tripas de nuestras guerras expuestas
a los
pájaros y al viento, al cuenco de tierra
que
tormentas y vendavales depositan, con cansancio
de
quien se da por vencido o lo aparenta,
con la
sabiduría del presagio primero.
Tiene
algo de catedral este edificio gris.
Geranios,
higueras, orquídeas, enredaderas… nacen
entre
las vigas de hormigón que paraban las bombas
buscan
la luz trepan hacia ella, imparables, seguras de su poder.
El
cemento suda su tiempo blanco.
Recojo
una estalactita en el suelo.
En este
bunker de Burdeos se reparaban
submarinos
Nazis.
Dicen
que a treinta metros,
por
debajo de este doble tejado, hay cadáveres,
cuerpos
de prisioneros, Republicanos españoles.
Los
niños jugaban aquí al escondite
después
de la Guerra.
Yo
disparo con la cámara, sin parar
la
belleza palpitando en mi retina. La vida
se
impone a lo material a la fuerza de la ira.
Un
bunker inmenso, un santuario, un jardín,
construido
con hormigón alemán
durante
aquella Guerra
que
laceró mi continente y que hoy tiene pocos testigos.
Renazco
en este doble tejado, como un arbusto tierno.
Aurora
Vélez
En
ámbar
Amargord
Ediciones
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