“PARCHETUMORMORFINA”
Después
de la primera clase se acerca un alumno de 
unos
cincuenta años    con un parche en el ojo
derecho 
y me
dice 
“¿Te he
contado mi problema?”
De
inmediato le contesté    “No”
Y su
problema lo resumió en una pocas  y
vacilantes
palabras  
“Tengo
un tumor cerebral    Puede que me 
veas
salir de clase    Será porque necesite
morfina”.
Mi
historia comienza ahora    a solas en el
aula 
con
unas pocas líneas de luz que se cuelan entre los
estores
del fondo.
El
silencio es liso    sin rodeos    directo al centro
de los
oídos    Me abrasa el esquematismo de
este
después    pupitres vacíos y nada que guardar en la
mochila    ningún suceso inútil que pliegue esta
llanura
de
desolación    y distraiga la perplejidad
de los
pensamientos.
Aquella
terapeuta a la nunca más fui me diría   
por
75
euros a la hora    que no viva lo que no
es mío
que
reduzca y deje caer la piel muerta de los otros
Pero
ya es tarde para curarse con remedios tan
simples    Mi cuerpo tiene un dolor propio    distinto
al de
mi nombre    al de mis ojos sanos    Para él
los
demás solo existen porque anuncian su muerte
Es la
única forma de no estar solo que conoce   
de
sentirse
vivo entre muchos    un lugar cierto
de
barro    en el que nadie desaparece sin
dejar huella
Sabe que vive por el adiós de los otros.
Doscientos
metros más tarde    tres pasillos y
decenas
de
escalones    bajo el sol impertinente de
septiembre
espero
el autobús    con mi cuerpo de él    con su
cuerpo
mío    No hay sombra en la que tomar
refugio
como no
hay un nombre al que referirse
Después
de todo ni siquiera sé cómo se llama    y
ese
vacío
de identidad lo llenan palabras como “parche”
“tumor”    “morfina”
¿Quién
merece renunciar a su 
nombre
por una enfermedad?    ¿Acaso son solo
los sanos
dignos
de un rostro?
Malaventurados
los que sean cuerpo a ojos de los otros
porque
ellos serán enfermos    Y no quiero ser
de esos 
que ven
el miedo y no la persona
Tú    “parchetumormorfina”    querría nombrarte y 
devolverte
al mundo de los sanos
Si soy
sincero    quizás lo desee por puro 
egoísmo    para que ya con rostro    curado 
puedas
aportar algo de esperanza a mi cuerpo.
“Todavía
me erizo cada vez que lo cuento” quema 
la marquesina de autobús    “no me
lo creo”    y la 
piel no separa la vida de la muerte    “aún
no”.
Me
llamarás dos veces    meses después    al teléfono
de mi
despacho    Te identificarás como el tipo
del
problema
en el ojo y en el cerebro    En ambas
ocasiones
me dirás tu nombre a continuación    y
yo    incapaz de escuchar más allá de “ojo”
y
“cerebro”    no podré recordarlo
Te
empeñas en presentarte como cuerpo y no me das
oportunidad
de conocerte como nombre    Todavía 
no sé
quién eres    “parchetumormorfina”
Pedro
A. Cruz Sánchez
El
oledor de pretzels
Ediciones Liliputienses
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